TEMA 21. GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA EN LOS SIGLOS XIX Y XX.
INTRODUCCIÓN.
Desde
nuestra perspectiva actual y teniendo en cuenta que la neutralidad perfecta en
un asunto tan ideologizado es imposible, a continuación se esboza una
clasificación y una interpretación que se podrían calificar de neomarxista, con
un autor de referencia, Josep Fontana.
La
Historiografía es un concepto poco definido: el conjunto de obras e
investigaciones históricas, el arte de escribir la Historia... Aquí tomamos su
acepción como la historia de la Historia, es decir el estudio
científico-crítico sobre los escritos de historia y sus autores.
Se debe
evitar la confusión de la historiografía con la filosofía de la Historia, pero
a menudo se relacionan estrechamente, pues la historiografía reúne tanto la
historia propiamente dicha como la epistemología (metodología) de la historia y
la historiología (teoría de la historia), que en muchos autores se confunden
con una concepción filosófica de la Historia.
La
historiografía en los siglos XIX y XX es abundante y compleja, entreverada de
múltiples corrientes a menudo coexistentes, por lo que se muestra aquí una
división en un orden temporal no cerrado. Hay también hay una utilización
política de la historia y de los historiadores y una evolución hacia un
eclecticismo generalizado, debido a la inflación documental con las
estadísticas, los ordenadores y las masivas publicaciones, junto a una
profesionalización de los historiadores, que viven del profesorado y la
investigación.
La
historiografía contemporánea está enraizada en la historiografía anterior,
sobre todo la más cercana, la racionalista de la Ilustración. Por la
imposibilidad de abordar aquí estas raíces sólo se esboza su relación con las
dos grandes concepciones, lineal y cíclica, de la sucesión histórica y se añade
un apéndice con un breve esbozo de la historiografía anterior a la Ilustración.
Las
concepciones lineal y cíclica de la filosofía de la historia.
La
sucesión histórica ha sido concebida de dos grandes maneras distintas: como un
proceso ideal hacia una meta trascendente, o inmanente, a la propia historia; o
como un proceso cíclico, que se repite de modo incesante.
Para la
concepción lineal la historia se dirige hacia una meta determinada, alcanzada
la cual se producirá el fin de la historia. Sostienen esta concepción las
teorías que admiten como guía el progreso en etapas que acaban por cumplirse,
hacia un plan universal que se cumplirá, por consumación (cristianismo) o como
final de un proceso (Voltaire, Hegel, Comte, Marx).Para la concepción cíclica
el tiempo es circular (la idea es de los griegos antiguos y de Polibio),
siguiendo la historia de los pueblos (considerados como organismos vivos) una
evolución biológica, que cumple determinados ciclos divididos en etapas
(nacimiento, desarrollo y muerte) en un indefinido progreso (no es un círculo
cerrado, sino una espiral, pues la historia no se repite). No es un proceso
determinista, pues se producen avances, estancamientos y retrocesos,
conviviendo culturas en distintas etapas de evolución. Entre sus representantes
destacan Ibn Jaldún, Vico, Spengler y Toynbee.
Estas dos
concepciones, especialmente la lineal, de la filosofía de la Historia han
perdurado en la Edad Contemporánea.
Un resumen.
Las
corrientes más importantes del siglo XIX son el idealismo (con el romanticismo,
el positivismo y el historicismo) y el materialismo histórico.
Las
corrientes más importantes del siglo XX son el idealismo, el grupo de los
Annales, el materialismo histórico y la historia cuantitativa. Estas corrientes
tienen numerosas variantes y en la actualidad se ha producido una situación de
síntesis, de eclecticismo, propio de una crisis epistemológica.
1. LA
HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XIX.
Características
generales.
El siglo
XIX es “el siglo de la Historia”, cuando se constituye como ciencia y se
populariza definitivamente.
Las
corrientes más importantes del siglo XIX son el idealismo (con el liberalismo,
romanticismo, el positivismo y el historicismo) y el materialismo histórico.
Las dos se inspiran en la Ilustración y en el idealismo clásico alemán.
En el
siglo XIX se generaliza desde la época romántica el interés por el pasado,
poniendo de moda la historia narrativa, cuyos dos grandes temas fueron la
formación de las nacionalidades en la Edad Media y la Revolución francesa.
Un factor
fundamental en el desarrollo de la Historia será su institucionalización, al
ser una materia fundamental de enseñanza en las cada vez más numerosas escuelas
primarias y secundarias en las universidades, y al requerir esto la formación
masiva de profesores en historia. Es un proceso coetáneo, pero más intenso, al
de la profesionalización de la Geografía, que durante casi todo el siglo XIX se
enseñó como parte de la misma asignatura de Historia y Geografía.
En la
segunda mitad del siglo XIX el desarrollo científico de la Historia se apoyó en
el imperialismo, que extendió enormemente el campo de estudio espacial; en el
desarrollo o la aparición de nuevas ciencias como la etnología y la
antropología); el conocimiento de antiguas civilizaciones mediante la
arqueología, lingüística, epigrafía, numismática...; la publicación masiva de
fuentes históricas gracias al desarrollo de la paleografía y la diplomática; la
mejora de los métodos de la estadística, la economía, la demografía; la
decadencia de la “historia como relato”, sustituida por la historia como
explicación...
1.1. EL
IDEALISMO.
El
idealismo es la corriente abrumadoramente dominante en el siglo XIX. Seguiremos
el criterio de dividirlo en cuatro grandes corrientes: liberalismo,
romanticismo, historicismo y positivismo. No obstante, hay corrientes y autores
que no se pueden adscribir mecánicamente a aquellas. El idealismo hunde sus
raíces en la Ilustración y en el idealismo alemán, para aceptarlos o no, y, por
ello, comenzaremos con una muy sucinta explicación de ambos movimientos, en
especial del idealismo alemán, que también influyó decisivamente sobre el
materialismo histórico.
LA ILUSTRACIÓN.
La Historia como ciencia social nace en el siglo XVIII con aportaciones relativas al análisis causal, la explicación racional o el protagonista de la historia.
Giambattista
Vico establece la ley de los tres estados: edad divina, heroica y humana, que
se repiten en ciclos. La concepción cíclica de Vico influyó sobre todo en la
corriente romántica. Usa nuevas técnicas de base científica, como el estudio de
documentos, análisis lingüístico, etc., para descubrir los “criterios de
verdad” de las fuentes.
La
historiografía del siglo XVIII está dominada fundamentalmente por la corriente
de la Ilustración, con su racionalismo y su fe voluntarista en el progreso
humano indefinido. Es una “descentración” de la Historia: los historiadores se
preocupan más por los fenómenos repetitivos y menos por los hechos
particulares. Destacan Montesquieu, Voltaire y Adam Smith.
En su
lucha contra la concepción teológica de la historia (la providencia explica el
devenir) procuraron averiguar si existen leyes positivas e inmutables del
desarrollo de la sociedad. Influidos por el éxito de las ciencias naturales,
llegaron a considerar la sociedad como parte de la naturaleza y la concibieron
como un gran mecanismo cuyas leyes de funcionamiento convenía descubrir para
conseguir de este modo su funcionamiento óptimo. Pero al concebir estas leyes
en forma eminentemente anti-histórica y al considerar al hombre como un
producto determinado por el medio socio-geográfico no comprendieron que este
mismo medio es a su vez producto de la actividad humana y simplemente
sustituyeron a la providencia por el medio. Su materialismo consistió pues en
un mecanicismo, que no explicaba suficientemente los cambios históricos y
recurría al factor de las “manos invisibles” (Adam Smith), que encauzaban las
cosas hacia la armonía universal.
Montesquieu.
El
pensador más original es el francés Montesquieu, que abre caminos a la Ciencia
Política y la Sociología. Observa que puede haber una explicación racional para
todos los problemas, pues hay un “orden inteligible” fundado en la razón, del
que hay que buscar sus leyes, “relaciones necesarias que deriven de la
naturaleza de las cosas” y que determinan la historia. Practica un método
empírico, donde la hipótesis verificada se convierte en principio. Esta vía
metodológica será muy fecunda.
La escuela histórica escocesa.
La escuela histórica escocesa, integrada por Hume, Gibbon, Ferguson, Robertson y Smith, tendrá una enorme influencia en Europa a partir de 1770 y hasta la segunda mitad del siglo XIX. Smith es su más caracterizado autor. Preconiza el progreso de la sociedad según un plan “invisible”, en cuatro estadios (sociedades cazadora-recolectora, pastoril, agrícola y mercantil). Rechaza toda revolución, proponiendo el sistema de reformas constitucionales y equilibrio de la propia Gran Bretaña. Cada sistema de producción tiene un marco institucional y jurídico propio, que debe adaptarse a los cambios económicos o será un obstáculo al progreso por lo que sería derribado por la acción política.ç
EL IDEALISMO ALEMÁN.
El idealismo clásico alemán es una corriente que se ha interpretado como opuesta a la Ilustración (aunque es muy discutible). Sus principales figuras son Kant, Fichte, Schelling y Hegel.
En la
concepción de Kant, Fichte y Schelling el desarrollo de la historia aparece
como un proceso necesario, sujeto a leyes. Pero esta necesidad no se deduce de
la misma historia, sino que la descubren partiendo de principios ideales
establecidos apriorísticamente. El desarrollo de la historia es concebido como
algo absoluto, independiente de la actividad práctica de los hombres y, en
consecuencia, se niega al hombre la posibilidad o libertad de influir en ella.
Es una visión fatalista y mística de la historia, que carece de todo valor
(Fichte) y sólo sirve para ejemplificar una tesis anterior, en una escisión
entre la filosofía de la historia y la historiografía.
Hegel.
Hegel supera esta visión e influirá decisivamente sobre todas las corrientes historiográficas posteriores, sea para aceptar o negar parte de sus tesis.
Según
Hegel, la filosofía de la historia no es pura y arbitraria abstracción, sino
una generalización teórica del proceso histórico real. La historia es un
proceso único y regido por leyes, siendo cada época, en lo que tiene de
irrepetible, un momento necesario en el desarrollo histórico de la Humanidad.
Este proceso no es ciego e irracional, sino un progresivo ascenso en la
conciencia de libertad, un desarrollo infinito de la razón, de la idea. Pero es
una libertad que se realiza no directamente, sino a través de la actividad real
de los hombres, constreñidos a la satisfacción de una serie de necesidades. Son
sus intereses inmediatos los que empujan a los hombres a la acción, pero por
medio de ella obtienen unos resultados que no son los que procuraban; logran lo
que buscaban pero también algo más lejano, que no conocían. Por ello, Hegel no
valora especialmente el papel de las personalidades en la historia, pues su papel
depende de la medida en que su actividad esté de acuerdo con la auténtica
necesidad objetiva: el desarrollo del espíritu según determinadas leyes.
Pero las
concepciones de los idealistas alemanes eran estériles para la historiografía.
Aportaban ideas, hipótesis, pero no un conocimiento riguroso.
EL
LIBERALISMO.
El liberalismo será una corriente historiográfica, difundida en Francia y Gran Bretaña, que defenderá los logros de las respectivas revoluciones burguesas, marcadas por el ascenso de la burguesía al poder. Esta corriente es heredera de los ideales de la Ilustración y cree en el indefinido progreso humano hacia el bienestar, la libertad y la razón.
El desarrollo de la Historia en Francia.
Francia
será el primer país en desarrollar una historiografía variada y de calidad,
apoyada en investigaciones eruditas e instituciones: Escuela de las Cartas
(1821, de paleografía), Escuela de Atenas (1846), Escuela Práctica de Altos
Estudios (1868), Escuela de Roma (1874). El nacimiento de la Historia como
disciplina de enseñanza en Francia comienza en 1818, como asignatura
obligatoria de la Enseñanza secundaria, pero se estanca durante los años 1820.
Desde la revolución de 1830 se aumentan los horarios y programas, las
instituciones, sobre todo gracias a Guizot y Thiers, políticos e historiadores
a la vez. La Historia (de la Nación) se convierte en una asignatura
fundamental.
Los ideólogos.
Antoine-Louis-Claude
Destutt de Tracy (1754-1836) representa junto a Condorcet el grupo de los
historiadores “ideólogos”, con Elementos de ideología (1803-1815).
Destutt es un noble ilustrado revolucionario, antecesor de Comte. Propone una
“ciencia de las ideas”, una historia científica, debe servir de pedagogía para
que los hombres hagan las reformas racionales en beneficio del interés común.
Historiadores de la Revolución Francesa.
La
Revolución francesa fue un foco permanente de interés y no sólo en Francia. Al
principio dominó una posición de resistencia a la Revolución radical, de
defensa de la propiedad privada, pero luego se tendió a comprender el conjunto
de modo más ecuánime.
Barnave,
en Introducción a la Revolución Francesa observa la relación entre poder
económico y poder político: “Una nueva distribución de la riqueza prepara una
nueva distribución del poder”.
Los historiadores
liberales franceses de los años 1820-1830 defienden los logros históricos de la
Revolución, desde planteamientos burgueses. Son historiadores de gran prestigio
político y social, que heredan los planteamientos de la Ilustración.
Thierry
(1795-1856), liberal y romántico, advierte que la Historia había sido
manipulada para legitimar el Antiguo Régimen y rehace una Historia del progreso
de la sociedad civil. Sus libros Historia de la conquista de Inglaterra por
los normandos (1825) y Recitaciones de los tiempos merovingios
(1840) son precisos y coloristas. Pretende aunar la erudición y el arte de
explicar. Sustituye la historia de los “grandes” y los príncipes por la
historia de las clases populares. Pero no es riguroso en la crítica de las
fuentes (por ejemplo juzga del mismo modo todos los testimonios de la Edad
Media, tanto los coetáneos como los de varios siglos posteriores).
Guizot y
Thiers, son políticos e historiadores, que fomentan la Historia desde sus
elevados cargos públicos. Creen que la Revolución de 1789 era el estadio final
del progreso y que no debe ponerse en cuestión la hegemonía de la burguesía.
Mignet (1796-1884) estudia la historia política de la Revolución y el Imperio.
Lamartine (1790-1869), un romántico liberal, escribe Historia de los
Girondinos, de inmenso éxito. Quinet (1803-1875), autor de La Revolución
(1865), es un historiador-filósofo y un liberal-demócrata.
François
Guizot (1787-1874) es autor de la Historia de la civilización en Francia
e Historia de la Revolución en Inglaterra. Es tal vez el más importante
historiador liberal, siendo en sus obras el gran sujeto histórico el “estado
llano” (la burguesía), que lucha por alcanzar la libertad, mediante las
revoluciones.
Tocqueville
(1805-1859) estudia el sistema democrático norteamericano en La democracia
en América (1835-1840) y los conflictos sociales en El antiguo Régimen y
la Revolución (1856), analizando las causas sociales y políticas de la
revolución.
El liberalismo británico.
Los historiadores
liberales tienen un enfoque optimista de la Historia, en constante progreso
evolutivo (la ruptura revolucionaria es negativa siempre), legitimando el orden
social existente y criticando el radicalismo de la Revolución. Macaulay
(1800-1859) en Historia de la revolución en Inglaterra opina que el
desarrollo económico británico se debía al pacto de consenso entre la Corona y
el Parlamento, tras la revolución de 1688. El equilibrio político y
constitucional resultante, favorable a reformas lentas y prudentes, sería el
garante del progreso.
ACADEMICISMO
Se desarrolla durante la segunda mitad del
siglo XIX y llega hasta la Primera Guerra Mundial. El contexto histórico
es el triunfo definitivo de la Revolución Industrial y los grandes avances científicos.
En el campo del pensamiento el auge del positivismo de Comte.
Los historiadores académicos tienen sus planteamientos
teóricos influidos por el positivismo y quieren hacer de la historia una ciencia.
Sin embargo, no son positivistas porque niegan la posibilidad de tener leyes de
validez universal. Utilizan como método la crítica de las fuentes. Intentan
lograr la objetividad y tienen como objeto de estudio el Estado. Es solo
historia política. Se considera positiva su aportación al estudio de las
fuentes y negativo que fomenta el nacionalismo y aísla los sucesos históricos.
En la Revue Historique de Monod,
junto con Langlois y Seignobos se difundieron las tesis
positivistas como el estudio de documentos y no intervención del historiador en
el planteamiento de problemas e hipótesis. Ranke propone exponer los
hechos del pasado con perspectiva e imparcialidad, sin involucrarse. Crean el
concepto de hecho histórico, refiriéndose esencialmente al político. Mommsen
es el primero que elabora una historia completa de la Roma antigua.
EL
ROMANTICISMO.
Aparece la
corriente historiográfica del romanticismo en Francia y Alemania sobre todo. Su
pensamiento se define por su oposición al racionalismo de la Ilustración (y por
tanto al liberalismo), el subjetivismo, el irracionalismo, el nacionalismo (hay
un descubrimiento de las “esencias nacionales”). Se interesa por la Edad Media,
la metodología histórica de unir erudición, imaginación e intuición, la
atención a las biografías y monografías de hazañas, la divulgación popular de
la Historia. Aunque varios de sus autores basculan entre el liberalismo y el
romanticismo (de hecho, su mejor autor, Michelet, es pro-revolucionario) la
mayoría son conservadores y representan los ideales del conservadurismo de las
monarquías absolutistas de la primera mitad del siglo XIX.
El francés
Chateaubriand (1768-1848), autor de El genio del cristianismo se acerca
al cristianismo mediante la belleza y la poesía, no por la razón; justificará
la restauración de los Borbones.
Los
historiadores romántico alemanes (Niebuhr, Stein) critican la revolución.
Niebuhr (1776-1831), un funcionario prusiano e historiador romántico precursor
del historicismo, emplea la Historia para enaltecer el patriotismo y detener la
revolución. En su Historia romana estudia los problemas sociales y
políticos de Roma hasta las guerras púnicas, y hace un análisis filológico de
las fuentes.
Michelet.
Jules
Michelet (1798-1874) comienza como un historiador romántico imbuido de ideales
liberales y evolucionará desde 1840 hacia el republicanismo revolucionario.
Jefe de la Sección de Historia de los Archivos Nacionales (nombrado por Guizot
en 1830), será cesado de su puesto en 1852, en plena reacción. Sus mejores
obras son Historia de Francia (1833-1853) e Historia de la Revolución
(1847-1853).
Consulta
muchísimos documentos para reconstruir la plenitud de la vida y la intensidad
de las pasiones humanas. Hijo de un artesano (que vivió y le explicó los hechos
de la Revolución), era un enemigo acérrimo de la Iglesia católica y de la
monarquía francesa y sus juicios excesivos tendrán mucha influencia posterior
(por ejemplo su visión apocalíptica del año 1000, hoy rechazada por los
investigadores).
Nacionalista,
usa la metáfora, la analogía, la imagen poética y jamás considera la Nación
como una entidad abstracta y racional, sino como un ser vivo, de carne y
sangre, que sufre, que se debe captar más con el corazón y la imaginación que
con la inteligencia.
Precursor
del actual concepto de “historia total”, intenta resucitar íntegramente el
pasado con sus organismos internos y profundos, dando amplio espacio a los
hechos económicos, sociales, culturales, religiosos y psicológicos. Pero el
valor histórico de su obra padece debido a su “imaginación desbordada, su
énfasis teatral y su parcialidad política” (Salmon). Afirma que la historia
hace al historiador mucho más de lo que es hecha por él. En su Prefacio a la
Historia de Francia (1869) escribe: “Mi vida estuvo en este libro, ha
pasado a él”.
EL
POSITIVISMO
.
.
La teoría
positivista.
El
positivismo supuso una excelente renovación metodológica, al superar la
especulación abstracta del idealismo alemán y del idealismo romántico. El
positivismo hacía hincapié en una concepción realista del mundo. Tiene una
concepción monista del mundo: naturaleza y hombre son lo mismo (no hay dualidad
de mundo físico y del espíritu), por lo que se elimina toda subjetividad, para
limitarse a establecer los hechos históricos, que supuestamente “hablarían por
sí mismos”. Se niega a admitir otra realidad que no sean los hechos y a
investigar otra cosa que no sean las relaciones entre los hechos. Se interesa
por “el cómo”, y no se preocupa por “el qué”, “el por qué” o “el para qué”. Su
estudio de los hechos sirve para elaborar leyes predictivas. Sus temas
preferidos son económicos y sociales.
Pero el
positivismo, pese a su combate contra la “metafísica” y su superación de la
“historia de las personalidades”, continuaba siendo un movimiento idealista, al
reducir el proceso histórico a una historia de la conciencia colectiva, de las
modificaciones de una naturaleza humana abstracta, sometida a los imperativos
de necesidades permanentes. Aquí hay una grave contradicción: si la naturaleza
humana es variable la sociología debería encontrar las causas que provocan las
variaciones, y si es inmutable no puede servir para explicar el desarrollo
histórico. Como respuesta a este problema, el positivismo desarrolló la teoría
de los factores: abstraer las distintas formas de la actividad humana y
convertirlas en fuerzas autónomas, de cuya interacción procedería el desarrollo
histórico.
Comte.
El
sociólogo e historiador Auguste Comte (1798-1857) en su Curso de Filosofía
Positiva considera la Historia como una ciencia rigurosa, con un método
científico y sus leyes. Toma de Saint-Simon el concepto de ley natural, para
edificar una física social, una ciencia de la sociedad o sociología que
explique la totalidad mediante las leyes sociales. Las disciplinas históricas
se deben limitar a recopilar materiales no elaborados y a aplicarlos en el
cuadro previamente elaborado por la sociología.
Comte cree
en una progresión continua y autónoma del espíritu humano, con la ley de los
tres estadios: 1) Estadio teológico (lo sobrenatural). 2) Estadio filosófico
(lo abstracto). 3) Estadio positivo (las leyes). Como sólo le interesan las
leyes, rechaza la subjetividad: “La dinámica social (que nos enseñaría las
leyes de la continuidad) debe ser una historia abstracta de las relaciones
sociales, una historia sin nombres de personas e incluso sin nombres de
pueblos.”
Los positivistas.
La
influencia del positivismo fue dominante en los años 1860-1880, sobre todo en
los historiadores franceses, que intentaron formular las leyes de la evolución
histórica de la Humanidad y, a continuación, fijar los hechos en ese cuadro
teórico con un rigor crítico dogmático. Destacan Renan, los deterministas Taine
y Fustel de Coulanges, y el evolucionista británico Spencer. Los franceses
Langlois y Seignobos publicarán una obra de gran influencia metodológica, Introducción
a los estudios históricos (1890), donde defienden el predominio absoluto
del documento en la tarea del historiador.
Ernest
Renan (1823-1892), fundador de la rama de la Historia de las Religiones, aplica
el positivismo a Historia de los orígenes del cristianismo (1866-1881)
donde se esfuerza en hallar una explicación racional de los milagros
transmitidos por la tradición cristiana, con una hipótesis muy atrevidas.
El determinismo:
Derivado
del positivismo, su tesis es que la Historia tiene unas leyes y que unos
factores específicos determinan totalmente la evolución de la Historia.
Deterministas son Taine (el momento, el medio y la raza), Fustel de Coulanges
(la religión), Gobineau (la raza), Ratzel (el medio natural), Ritter (la
geografía, en una etapa de su obra), y, aunque en otro sentido, el mismo Marx
(determinismo económico).
Taine.
Hyppolite
Taine (1828-1893) es un filósofo e historiador positivista determinista. De juventud
liberal, evolucionó hacia los ideales reaccionarios. Cree que la evolución
histórica está determinada por el momento, el medio y la raza. Cuestiona la
validez de la Revolución en Los orígenes de la Francia Contemporánea
(1875-1894) y aunque estudia también los hechos económicos, se deja llevar por
sus preferencias hacia la aristocracia y ataca a los miembros del gobierno
revolucionario: Danton es “el bárbaro”, Marat “el loco”, Robespierre “el
pedante”. Da crédito a fuentes sospechosas y elige arbitrariamente los textos
más adecuados para confirmar sus tesis.
Fustel.
El francés
Numa-Denis Fustel de Coulanges (1830-1889) es un romántico positivista, de
pensamiento determinista, que cree que las estructuras de la sociedades
antiguas (Grecia y Roma) se explican sólo por el hecho religioso, en La
ciudad antigua (1864). Pese a que proclamaba que la crítica histórica es el
estudio minucioso e imparcial de los documentos escritos, no era riguroso en su
aplicación pues no averiguaba la procedencia y veracidad de sus fuentes. Pero
su proclama es muy moderna: la historia “no es un arte, sino una ciencia pura.
No consiste en relatar con gracia o exponer hechos, analizarlos, cotejarlos,
indicar los lazos que los unen. Es muy posible que de esta historia científica
se desprenda alguna filosofía; pero es preciso que se desprenda de una manera
natural, por sí misma, casi sin la voluntad del historiador. Este no tiene más
pretensión que la de apreciar bien los hechos y comprenderlos con exactitud. No
los busca ni en su imaginación ni en su lógica; los busca y los halla mediante
la observación minuciosa de los textos, del mismo modo que el químico halla sus
hechos mediante experimentos realizados con todo cuidado. Su única habilidad
consiste en extraer de los documentos todo lo que contienen y en no añadir nada
de lo que no contienen. El mejor historiador es aquel que se mantiene más
aferrado a los textos, el que los interpreta con mayor precisión, el que ni
escribe ni siquiera piensa sino según ellos.” [Coulanges. La monarchie
franque. 1888. cit. Salmon. Historia y crítica. 1982: 29.]
Fustel
cree que sin independencia de espíritu no es posible ser verdadero historiador.
“El espíritu de investigación y de duda es incompatible con cualquier idea
preconcebida, con cualquier creencia exclusiva, con cualquier tendencia
partidista. No debemos tener prejuicios ni en política ni en religión. No hay
que ser republicano, ni monárquico, ni católico, ni anticatólico. Porque cada
una de estas opiniones da a la mente una manera personal de ver los hechos.”
[Coulanges (1901). cit. Salmon. Historia y crítica. 1982: 29-30.]
El evolucionismo.
Inspirado en el positivismo, surge el evolucionismo, basado en las teorías de Darwin en El Origen de las Especies (1859), de la lucha, el dominio, la competencia, la supervivencia, la territorialidad, las variaciones aleatorias en los seres vivos y la adaptación de los más aptos. Su aplicación a las ciencias sociales, el darwinismo social, por Spencer, relacionó el medio ambiente con el orden social y la moral individual, racionalizando y justificando la estratificación social, y, en algunos autores, la expansión política y económica.
EL HISTORICISMO.
El historicismo ha sido definido de muchas y contradictorias maneras. Coetáneo del romanticismo y del positivismo, para unos ha sido competidor de estos, mientras que para otros autores (Fontana, Pagès) los une, para expresarlos de un modo historiográfico, tomando del romanticismo el tema de la nación y la política (un precursor romántico como Niebuhr incluso será integrado como historicista), y del positivismo la atención a los hechos (hasta el punto de que la escuela historicista también ha sido llamada “escuela erudita” y Ranke aclamado como el mayor positivista).
El
historicismo engloba una serie de concepciones acerca de la historia y de su
relación con el conocimiento y la ética, por lo que es casi indistinguible el
historicismo como corriente historiográfica y como filosófica. Pero sus autores
no tienen una completa unidad de pensamiento, sino que mantienen profundas
diferencias.
Algunos
elementos del historicismo se encuentran en la obra de Vico, Hegel, Comte, Marx
y, posteriormente, Dilthey.
El
historicismo tuvo su mayor auge a principios del siglo XX, aunque comenzó a
destacar con Ranke en Alemania desde mediados del siglo XIX, como una oposición
al idealismo clásico alemán y al positivismo, siendo sus temas favoritos la
política y las instituciones jurídicas. En el historicismo alemán destacan:
Ranke, Droysen, Mommsen, Kurth, Windelband, Treitshcke. En el
siglo XX, ya en los años 20, sus representantes más destacados serán los
historiadores Troeltsch y Mannheim.
Políticamente
el historicismo es una corriente nacionalista y conservadora, que identifica
Estado con Pueblo y Nación a través de su confusión con el espíritu y la
historia.
La teoría historicista.
Son comunes a las corrientes historicistas las concepciones del hombre, del mundo y de la ciencia, y una metodología.
La
concepción del hombre es historicista, pues coinciden en subrayar el papel
desempeñado por el carácter histórico del hombre: la naturaleza humana es ante
todo historia, porque el espíritu humano no conoce más realidad que la
historia, ya que la hace.
La
concepción del mundo es dualista: se distingue el mundo natural y el mundo del
espíritu. Por consiguiente, también la concepción de la ciencia es dualista:
ciencias naturales (nomotéticas) y ciencias del espíritu (idiográficas).
La
metodología consiste en estudiar los hechos y las realizaciones humanas sólo en
relación con su contexto histórico. Con ello se cuestiona tanto el idealismo
clásico alemán (que juzga el pasado) como al positivismo (que emite leyes
explicativas de ese pasado).
El
historicismo rechaza la posibilidad de que el historiador proponga leyes
históricas que permitan la predicción, sino que sólo debe recoger datos y
presentarlos, sin hacer juicios, dejando que “hablen por sí mismos”, en busca
de la pura objetividad. Ranke dice que se ha de escribir la historia “tal y
como había sucedido”, pero su rigor ante los hechos se convirtió entre sus
discípulos en un “fetichismo de los hechos” (Carr). Pero estos autores no
contaban con que la masa de documentos que puede ser estudiada es enorme, por
lo que el historiador quedaría ahogado por tanta información. Esto explica su
aprecio por la Edad Media, cuyas fuentes eran relativamente limitadas entonces,
mientras que el historicismo es inaplicable para los estudios sobre periodos
posteriores a 1500 pues la base de información es inabarcable, debido a, entre
otros factores, la difusión de la imprenta y de la estadística oficial.
El
historiador historicista cultiva sobre todo la monografía con un método
positivo-científico, con tres pasos:
1) Reunión
exhaustiva (sin lagunas) de la documentación.
2)
Valoración crítica de los documentos (sin hacer juicios sobre los hechos que
describen).
3)
Estructuración de todos los datos.
La
corriente historicista en el siglo XX, bajo el influjo de Hegel, sí pretende
establecer una “ley universal” de la evolución histórica que permita predecir
los acontecimientos futuros. Por ello fueron atacados concluyentemente por
Popper y Hayek, que señalan que los historicistas se equivocan al confundir las
leyes científicas con las “tendencias” e ignorar el fundamento lógico de la
predicción científica.
Ranke.
El iniciador del historicismo es Leopold von Ranke (1795-1886), considerado el padre de la historiografía contemporánea y el historiador más influyente del siglo XIX. En 1840 fundó el primer “seminario de historia”, en el que maestro y discípulos se dedican conjuntamente a la crítica de textos, en especial las fuentes diplomáticas, que cotejan con las fuentes narrativas. En Historia alemana antes de la Reforma (1839-1847), defiende una historia positiva de método filológico, objetiva, sin prejuicios, para reconstruir el pasado en toda su realidad y complejidad. El historiador debe comprender cómo han ocurrido realmente las cosas: “wie es eigentlich gewesen ist”: sólo los hechos importan. Hace un penetrante estudio psicológico de los individuos y estudia las relaciones diplomáticas como fondo histórico.
Pero lo
cierto es que Ranke era muy subjetivo: profundamente conservador (rechazaba la
revolución), identifica Destino y Dios, no cree en el progreso de la Historia y
sólo ve un motor de esta, “el dedo de Dios”. Se centra sólo en la historia
política y considera que esta puede proporcionar las normas de acción al
conocedor de la historia. Una acción que ha de ser contrarrevolucionaria, para
defender el orden establecido.
Ranke
fundó la llamada “escuela prusiana”. Uno de sus discípulos, Godefroid Kurth
(1847-1916) fundará en la universidad de Lieja otro seminario en el que se
formará Henri Pirenne (1862-1935).
Droysen
(1808-1884), historiador y político prusiano, estudia en Historia del
helenismo los grandes hombres de Estado que formaron las monarquías
macedónicas del helenismo y superaron la pequeña dimensión de los Estados
griegos. Su mayor obra es la inacabada Historia de la política prusiana
(14 vols. de 1855-1886). Propugna la unificación alemana bajo el predominio de
Prusia.
Sybel
también es nacionalista y militarista, como Treistchske 1834-1896), un
antisemita y antisocialista, quien sacraliza el Estado, uniendo
Estado-nación-pueblo. Opina que el fin de las naciones-estado es hacer la
guerra.
Mommsen.
Theodor Mommsen (1827-1903) es un historiador de corte muy distinto: un historicista liberal, que defiende el papel positivo de la revolución en la historia. Su influjo metodológico será enorme. En su Historia romana asocia la historia a las ciencias sociales: arqueología, numismática, epigrafía, narrativa... A través de las instituciones de la Roma antigua Mommsen critica el régimen social y económico alemán. Mommsen fue el primero en poner al servicio de la ciencia histórica todas las disciplinas: derecho, lingüística e historia literaria, epigrafía, numismática y arqueología...
Será el
autor de la monumental Corpus Inscriptionum Latinarum. Su Historia
romana (3 vols. de 1854-1856), le dio el premio Nobel de Literatura (1902).
Gran romanista, publicó Derecho público romano (1871-1888), Derecho
penal romano (1899).
Mommsen
escribió su primera gran obra, la Historia romana en los años
posteriores a la revolución de 1848, haciendo un paralelismo entre la Roma
republicana y la Prusia de su tiempo. Como patriota liberal deseaba la
unificación, pero como una Alemania de los ciudadanos (derecho y poder,
libertad y unidad), con un Parlamento representativo que dominara al ejecutivo,
todo lo contrario de lo que sucedió con Bismarck. En su estudio llegó sólo
hasta Julio César, en quien veía al artífice del Estado romano, pero cuyo
proyecto de equilibrio entre poder y libertad se vio roto durante el Imperio,
al perderse las libertades. El estudio de Mommsen sobre el Principado romano
nunca se publicó.
Burckhardt.
El suizo Jacob Burckhardt (1818-1897) es uno de los iniciadores de la historia cultural o de las civilizaciones, con su Cultura del Renacimiento en Italia (1860), en la que estudia conjuntamente el pensamiento, la religión, el arte, la literatura, las costumbres, etc., para reconstruir el ambiente mental y moral del Renacimiento italiano. Se le reprocha que se centrara en la cultura de las clases superiores.
1.2. EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
Un precedente: los socialistas utópicos.
Los socialistas utópicos tienen un difícil engarce con las dos grandes corrientes historiográficas del siglo XIX, dado que en realidad suponen la continuación de la corriente más progresista de la Ilustración y si están muy influidos metodológicamente por las corrientes romántica y positivista, al mismo tiempo sus ideas políticas y su temática están mucho más cercanas a las de Marx y Engels, por lo que los situamos como un precedente de estos.
Los
socialistas utópicos intentan conducir mediante sus escritos la revolución o la
reforma de la sociedad en un futuro cercano. Destacan Louis Blanc (1811-1882),
un radical; Saint-Simon, cercano al cristianismo social y al positivismo,
considera la historia como una física social; Antoine Blanqui, también influido
por el positivismo, estudia la evolución humana desde el individuo hasta la
comunidad; Adolphe Blanqui une la historia y la economía; Fourier, casi un
ecologista.
Marx y Engels.
Karl Marx (1818-1883) y, en menor medida, Friedrich Engels (1820-1895), desarrollan después de 1845 las tesis del materialismo histórico, en una época de crisis social y política, de conflictos entre las clase burguesa y el proletariado, en la que el pensamiento marxista critica el sistema capitalista.
El materialismo
histórico se define como una teoría de la evolución de las sociedades humanas
según la transformación de los medios de producción, con una estrecha relación
entre las estructuras económicas de una sociedad, su organización
jurídico-política y las ideologías dominantes.
Para Marx
el estudio de la Historia tiene la finalidad de conocer la realidad para poder
transformarla. Desde la crítica al idealismo de Hegel, pasa a la formulación de
sus ideas en Tesis sobre Feuerbach y sobre todo Ideología alemana
(publicada en 1932, fue muy influyente en la escuela de los Annales), con unos
estadios históricos unidos a unas relaciones de producción. “toda la presunta
historia del mundo no es más que la producción del hombre por medio del trabajo
humano”. “La historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la
lucha de clases”.
A partir
de unas relaciones materiales (infraestructura económica) se determinan unas
relaciones sociales (estructura), que conllevan unas relaciones del pensar y
el actuar (superestructura política, social, jurídica, cultural, religiosa),
que no está plenamente determinada. Hay seis modos de producción: comunista
primitivo, esclavismo antiguo, asiático, feudalismo, capitalismo burgués,
socialismo. Cada uno está asociado a una etapa de la evolución de las
sociedades. El final de la Historia sería el advenimiento de la dictadura del
proletariado, que realizará el último modo de producción, el socialista.
El método histórico de Marx y Engels.
Apoyándose en el concepto de ley natural esbozado por sus antecesores, Marx considera que las leyes del desarrollo social, lo mismo que las leyes naturales, son objetivas, con existencia independiente respecto a la voluntad y la conciencia de los hombres. Tanto las leyes naturales como las sociales se basan en unas relaciones necesarias, que se repiten siempre que se den ciertas condiciones; si cambian estas, igualmente cambiará la ley; en consecuencia, cuanto más estables sean las condiciones, cuanto mayor sea la lentitud con que cambian, más constantes serán las leyes.
Pero las
ciencias naturales y sociales se manifiestan de forma distinta: las primeras a
través de las fuerzas de la naturaleza y las segundas mediante la actividad
humana. Por ello, cada campo de estudio requiere una metodología distinta.
Marx
afronta el problema de la relación entre lo particular y lo global: el
desarrollo social es un proceso irreducible a la simple suma de las acciones
humanas individuales, por lo que hace falta descubrir las leyes causales según
las cuales fluye el proceso, pero sin olvidar que lo general se da sólo a
través de lo particular. Así, es evidente la influencia de la dialéctica
histórica de Hegel, que trasluce tras las palabras de Engels: “Los fines que se
persiguen con los actos son obra de la voluntad, pero lo resultados que en
realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de
momento al fin perseguido, a la postre encierran consecuencias muy distintas de
las apetecidas. Por eso los acontecimientos históricos parecen estar presididos
por el azar.”
La
historia supera así a la sociología, a la que aporta un cuadro concreto del
desarrollo histórico. Marx, de este modo, propone como ley causal del
desarrollo social la influencia de la infraestructura económica (reflejada en
el nivel alcanzado por las fuerzas económicas). Pero la económica no es una
causalidad absoluta: Marx acepta que las ideas (la superestructura ideológica:
derecho, filosofía, moral, ciencia, arte...) tienen una cierta influencia, sólo
que no acepta que se las pueda considerar independientemente del contexto
material en que nacen. Más aun, Marx opina que “somos nosotros [los hombres]
los que hacemos la historia”, al tomar conciencia como grupo -desarrollar una
ideología- a favor del cambio social que favorezca a toda la sociedad en su
conjunto y no a los intereses individuales o de una clase social.
La
influencia del materialismo histórico tardó bastante en surtir efectos, porque
era una ruptura demasiado radical con el pensamiento idealista tradicional de
entonces.
1.3. LA
HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
La
historiografía española del siglo XIX es poco importante en cantidad y calidad.
Destacan los liberales Modesto Lafuente (1806-1866), Valera, Borrego, que se
centran en el papel de la burguesía en el siglo XIX. Entre los conservadores
destaca como erudito el reaccionario Ménéndez y Pelayo (1856-1912). Son
importantes como fuentes las memorias y obras de algunos políticos (Castelar,
Pi i Margall), las novelas de Pérez Galdós y el Memorial histórico español.
2. LA
HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XX.
Características
generales.
Las corrientes más importantes del siglo XX son el idealismo, el grupo de los Annales, el materialismo histórico y la historia cuantitativa. Estas corrientes tienen numerosas variantes y en la actualidad se ha producido una situación de síntesis, de eclecticismo, propio de una crisis epistemológica. Al mismo tiempo, continúan algunas tendencias del siglo XIX (positivismo, historicismo) y hay muchos historiadores que mantienen posiciones individuales: Pirenne fue un maestro para el grupo de los “Annales”, Huizinga es un historiador de las mentalidades, etc.
En el
siglo XX se confirma la institucionalización de la historia: los historiadores
definitivamente se profesionalizan, con la multiplicación de las cátedras
universitarias, del profesorado en la enseñanza secundaria, de las
instituciones de investigación, de las revistas y las colecciones editoriales
de historia, etc.
La
temática se diversifica notablemente: la Historia Económica pasa gradualmente a
primer término, hasta desembocar en el auge de la Nueva Historia Económica; la
Historia Social es seguida por Tilly y Shorter, con una búsqueda globalizadora
de la actuación humana, más objetiva y menos política; el tema dominante es la
historia de las civilizaciones, que intenta reconstruir globalmente las
actividades humanas.
Influyen
en la Historia otras ciencias: la sociología de Durkheim, Simiand y Max Weber,
la antropología de Boas y Malinovski (funcionalistas) y Lévi-Strauss
(estructuralista); la psicología de Freud y Jung; la economía...
Hay una
gran crisis epistemológica: las propuestas metafísicas tan abundantes en el
siglo XIX son derrumbadas ante el auge de la revolución teórica provocada por
la aplicación de los métodos experimental y matemático en las ciencias
naturales, en especial la física, que permitieron una explicación muy rigurosa
y comprobable de la realidad natural. En contraste, la metodología de las
ciencias sociales está mucho menos desarrollada que la de las ciencias naturales.
2.1. EL IDEALISMO.
A inicios del siglo XX, el fracaso del historicismo como elemento globalizador de la ciencia de la historia, motivó un resurgir del idealismo, que en el siglo XX está compuesto de múltiples corrientes, de las que hacemos aquí sólo una selección de las más importantes.
EL
NEOKANTISMO.
Se
desarrolló en Alemania desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo
XX, una tendencia filosófica neokantiana, de “retorno a Kant”, representada por
dos escuelas, en Baden (Windelband, Rickert) y Marburgo (Cohen, Natorp,
Cassirer), y por numerosos grupos e individuos aislados. Algunos teóricos de la
Historia, como Josep Fontana, describen confusamente el neokantismo, al
faltarles más formación filosófica, y el error más común es confundir a los
neokantianos con la escuela de Marburgo, que es sólo una de sus partes.
Destacan
Rickert y Dilthey por su aportación metodológica a la Historia, abriendo paso a
una “historia del acontecimiento”, que influyó en muchos metodólogos, aunque
haya sido estéril y de escasa influencia en los estudios propiamente
históricos.
Dilthey
(1833-1911), más que neokantiano es un neocriticista influido por Kant y un
filósofo de la vida. Reflexiona sobre las ciencias del espíritu (entre ellas la
historia) en varias obras, destacando Introducción a las ciencias del
espíritu. Intento de fundamentación del estudio de la sociedad y de la historia
(1883).
Distingue
entre ciencias del espíritu y ciencias naturales. Si las primeras son
idiográficas y describen los hechos, para “comprenderlos” (mediante la empatía
psicológica), las segundas son nomotéticas y proponen leyes sobre los hechos,
para “explicarlos”. Dilthey ha forjado así la distinción científica entre
comprensión y explicación: “En las ciencias naturales explicamos, en las
ciencias humanas comprendemos”. La legitimación de la historia es que, mediante
la descripción de los hechos de la evolución social, que ha producido la
realidad social actual, tiene un poder comprensivo de esta. Es, pues, una
visión historicista, aunque pretenda superarla. Hace hincapié no en lo
individual, sino en las vivencias. La historia es “experiencia vivida”.
Heinrich
Rickert (1863-1936) considera que sólo corresponde a la historia, como ciencia
de la cultura, el análisis de lo individual, ya que es imposible llegar a
generalizaciones o leyes como las que son propias de las ciencias de la
naturaleza. No es posible una objetividad completa dado que el conocimiento
global de los hechos humanos es inabarcable, por lo que hay que estudiar sólo
lo particular, unos determinados acontecimientos que el historiador entienda
como más relevantes
El
historiador y sociólogo Max Weber (1864-1920) compatibiliza los principios
neokantianos con la necesidad de alcanzar cierta interpretación generalista de
los acontecimientos históricos. Para ello utiliza el método de los “tipos
ideales” (que son generalizaciones desvinculadas de la realidad, construcciones
artificiales que ayuden al historiador). Un ejemplo es La ética protestante
y el espíritu del capitalismo (1904-1905), en el que estudia los nexos
entre el protestantismo (sobre todo en su versión calvinista) y la génesis del
capitalismo nórdico. Weber considera, empero, que el desarrollo histórico
obedece a una pluralidad de causas y que para interpretar el cambio social se
exige conocer la vida cultural.
HISTORIA MORFOLÓGICA.
La historia morfológica, muy popular en los años 20 y 30, propone la elaboración de unos modelos o formas de las sociedades emblemáticas, que representen a todas las demás. Su esquematismo llega hasta la predicción intuitiva del futuro. Destacan Toynbee y Spengler.
El alemán
Oswald Spengler (1880-1936) en La decadencia de Occidente (1918-1922)
opina que la Historia no es una ciencia, carece de leyes y precisa de la
intuición, de la fantasía (por ello la obra de Spengler es más literaria que
histórica). Analiza mediante un método comparativo ocho culturas que
evolucionan en ciclos biológicos. Su obra, que profetiza el fin de la
civilización occidental, es una respuesta ideológica a la crisis alemana de la
Gran Guerra y prefigura el nazismo.
El
británico Arnold Toynbee (1889-1975), heredero de la escuela determinista, fue
muy influyente después de 1945. Estudia en su monumental y erudito Estudio
de la historia (1934-1961) 29 sociedades o civilizaciones, representativas
de la Humanidad. La civilización surge y se desarrolla (hasta que pierde su
vigor) gracias a un motor: la superación por las sociedades de los obstáculos,
mientras que fracasan las sociedades que sufren demasiadas e insuperables dificultades.
Los agentes de ese desarrollo son minorías o grandes hombres.
EL PRESENTISMO.
Benedetto Croce (1866-1952) desarrolla el “presentismo”. Su pensamiento es muy relativista y ecléctico, basado en el neokantismo, el marxismo y el idealismo hegeliano. Identifica historia y filosofía, y sostiene que la Historia más elevada es la historia ético-política, que estudia la razón humana y sus ideales. Considera que el conocimiento histórico objetivo es imposible porque el juicio histórico se basa en la exigencia práctica y la historia que se construye es siempre historia contemporánea, porque se elabora en función de las preocupaciones actuales: la historia es una proyección en el pasado de nuestro presente.
Croce
opina que la historia es una experiencia vivencial (la misma tesis de Dilthey),
sin leyes ni causalidad, relativista. De hecho, no hay historia, sino tantas
historias como puntos de vista.
Esta
concepción relativista y presentista influye mucho en los historiadores
anglosajones de los años 20 y 30, por ejemplo en el británico R. C. Collingwood
(1899-1934), también influido por Dilthey, que en Idea de la historia
opina que los hechos históricos no son hechos reales, sino sólo productos de
nuestro subjetivismo. La historia es una re-creación del historiador.
EL NEOPOSITIVISMO.
Mucho más importante es el neopositivismo, un empirismo lógico, que ha influido en muchos historiadores anglosajones y, sobre todo, en la Nueva Historia Económica.
Karl
Popper en Miseria del historicismo sigue una línea subjetivista y
rechaza que haya leyes históricas para predecir el futuro humano. Como ha
demostrado Popper en varios de sus estudios, no se pueden establecer leyes
socio-históricas generales, pues en historia no se puede predecir. En efectos,
esas leyes, de ser posibles, versarían sobre las regularidades en la conducta
de los grupos humanos. Ahora bien, uno de los factores fundamentales que
modifican la conducta de los grupos humanos es el aumento de información.
Formular una ley sobre la conducta de esos grupos es un aumento de información
para los mismos, que modificará, por tanto, su conducta, que la ley trata de
predecir. De ello se desprende que no pueden hacerse predicciones a gran escala
partiendo de los hechos sociales pasados: el estudio de la historia no permite
formular leyes predictivas sobre el desarrollo de los acontecimientos futuros,
porque, caso de ser formuladas, se modificaría automáticamente el curso de la
historia que se trata de predecir.
Hempel,
Gardiner, Danto y Nagel han intentado fundamentar filosóficamente la
investigación histórica.
2.2. EL GRUPO DE LOS “ANNALES”.
Es una de las escuelas historiográficas más importantes del siglo XX, aunque no tenga un pensamiento propio coherente. Sus máximas figuras son Bloch, Febvre y Braudel, seguidos por Le Roy Ladurie y otros muchos autores franceses. Su más cercano predecesor es Pirenne (maestro de Bloch y Febvre) y toman muchas ideas del marxismo, así como de la geografía posibilista francesa, pues Febvre, Duby, Allix, Faucher y otros de sus miembros comenzaron como geógrafos regionalistas.
Nace
alrededor de la revista francesa “Annales d'Histoire Economique et Sociale”
(1929), con una propuesta de nuevas metodologías, instrumentos y temas de
estudio. Bloch y Febvre dirigieron la revista al principio, hasta que les
sucedió Braudel. Desde 1946 se titula “Annales. Economies. Sociétés.
Civilisations” y ahora tiene una dirección colegiada.
La
Historia es una ciencia (aunque es una ciencia en construcción), que debe
proponer hipótesis: la “historia problema” sustituye a la “historia relato”. Es
una “ciencia del pasado” y una “ciencia del presente”, pues aquél ilumina a
este.
Denuncian
la esterilidad tanto del historicismo como de la “historia del acontecimiento”
(con su culto al hecho concreto) y, sobre todo, de las formulaciones teóricas
desconectadas de la realidad.
La
Historia debe ser “total”, sintetizar la totalidad de la actividad humana:
geográfica, demográfica, política, económica, social, cultural... Por ello el
estudio histórico debe tener en cuenta todos los aportes de las ciencias
humanas, todas las técnicas y todas las fuentes, lo que amplía las fuentes
históricas mucho más allá de los documentos escritos.
Pero este
eclecticismo, siempre abierto a asimilar todas las novedades, permite que
Fontana critique el no criticismo histórico de los Annales, carente de una
teorización profunda sobre su epistemología, en especial en el caso de Braudel.
En todo
caso, la apertura de los “Annales” está en el origen de la “Nueva Historia”,
pues ha influido en muchos historiadores, desde los medievalistas eclécticos,
influidos en parte (sobre todo metodológicamente) por el marxismo, como Duby y
Le Goff, hasta los de más rotunda formación marxista, como Ernest Labrousse,
cuya “historia serial” asimila métodos cuantitativos para un análisis
marxista, y Pierre Vilar, un gran especialista en la historia de España y
metodólogo, que plantea una “historia total”, que sirva para comprender el
pasado con el fin de conocer el presente. Para ello debe estudiar las
sociedades en todas sus manifestaciones, integradas en una misma realidad,
mediante la localización en el espacio y la situación en el tiempo, de modo que
se alumbren las relaciones recíprocas entre los hechos materiales y el espíritu
de los hombres. Para ello hay que establecer una relación orgánica entre las
ciencias sociales: historia, economía, geografía, etnología y sociología,
basada en una “unidad de la materia y de la reflexión histórica”, superando el
trabajo del investigador aislado y postulando el trabajo en equipo.
Febvre.
Lucien
Febvre (1878-1956), como su compañero el medievalista Marc Bloch (1886-1944),
rechaza la esterilidad historicista. Estudia la historia política, para lograr
una “historia total”, síntesis de los aspectos políticos, institucionales,
económicos, sociales, culturales, religiosos, científicos y psicológicos.
“Jamás debemos olvidar que el sujeto de la historia es el hombre. El hombre,
tan prodigiosamente distinto y cuya complejidad no es posible reducir a una
fórmula sencilla. El hombre, producto y heredero de millares de uniones,
mezclas, amalgamas de razas y sangres distintas”.
En 1922,
influido por el geógrafo regionalista Vidal de la Blache, acuña el término
posibilismo (término contrario a determinismo): el medio natural da al hombre
muchas posibilidades, que aprovecha según las condiciones de cada grupo social.
Es un enfoque historicista: el hombre es un agente activo del paisaje en el
tiempo. No niega la influencia del medio, pero afirma la importancia de la
decisión del hombre (que no se limita a ser un agente pasivo).
Braudel.
Fernand
Braudel (1902-1985) opina que hay en la historia una estructura terciaria,
sometida a distinta aceleración evolucionista: 1) El hombre y su medio geográfico.
2) El hombre y su relación social. 3) El hombre y su actuación política. En
esta estructura ubica los datos de la historia total. Hay tres divisiones
temporales: el acontecimiento, la coyuntura y la larga duración.
Fue alumno
de Lucien Febvre (1927), el maestro de los “Annales”, y de Henri Pirenne
(1931). Fue el primero quien le indujo a ampliar su primer estudio, sobre la Política
mediterránea de Felipe II hasta un enorme fresco de todo el Mediterráneo en
la época de aquel rey. Braudel, en cambio, forjará un método de investigación
global, a la escala de su enorme ámbito geográfico. Se trata de su famosa
descomposición del tiempo en tres niveles:
1) Una
historia mineral, casi inmutable, silenciosa, que mide las relaciones
del hombre con su medio natural.
2) Una
historia social, a cuyo ritmo se desarrollan la vida de los grupos
económicos, de las sociedades campesinas y urbanas, de los Estados nacionales.
3) Una
historia episódica, rápida y bulliciosa, que afecta a la superficie de
las cosas.
En 1947,
después de su liberación, defiende su tesis (publicada en 1949). Es una tesis
revolucionaria por su concepción “geohistórica”: El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II. Su éxito le permite suceder a Febvre
en el Colegio de Francia, donde ocupa la cátedra de Historia de la Civilización
Moderna.
Concibe su
idea del “tiempo de la historia” (conferencia 1-XII-1950, como lección
inaugural en el Colegio de Francia) y publica su trilogía Las estructuras de
lo cotidiano, Los juegos del intercambio y El tiempo del mundo
(1979), con su concepción de la historia en tres pisos: “en la base, una vida
material múltiple, autosuficiente, rutinaria; arriba, una vida económica mejor
diseñada y que tiende a confundirse con la economía de competencia de mercados;
por fin, en el último piso, la acción capitalista.” Para acometer un estudio de
tal dimensión, incorpora el concepto de la “larga duración” e instrumentos de
análisis tomados de las ciencias humanas: “La historia misma me apasiona menos
que ese cortejo asociado de las ciencias humanas. (...) para ser válida la
historia debe incorporarse (...) a otras ciencias humanas y, por su parte, las
ciencias del hombre tendrían que tomar en cuenta la dimensión histórica.”
Como
profesor enseñó a numerosos alumnos, en la Sección Sexta (fundada en 1948) de
la Escuela Práctica de Altos Estudios de París, que presidió en 1956-1972. En
1962 fundó en París la Casa de Ciencias del Hombre, que administró hasta 1985.
Dirigió la revista “Annales” desde 1946 hasta 1956 con Febvre (hasta la muerte
de este) y después solo hasta 1985.
2.3. LA
NUEVA HISTORIA ECONÓMICA.
La “New
Economic History” (también llamada Historia cuantitativa o Historia
econométrica) es una corriente norteamericana que reúne Historia y teoría
económica. Sus predecesores son Wiebe, Kuznets, Beard, Schumpeter. Está hecha
por economistas historiadores: los norteamericanos Engerman, Flishlow,
Hoselitz, Gerschenkron, Clark, Conrad, Meyer, Fogel, con destacados estudios
sobre los ferrocarriles (Fogel) y la esclavitud (Engerman y Fogel). En Francia
sólo destaca Marczewski.
Características.
Su planteamiento es neopositivista. La Historia es una ciencia nomotética, que debe proponer leyes generales con una base científica, o sea, modelos predictivos basados en el método hipotético-deductivo.
Sus
autores consideran que los historiadores tradicionales usan también modelos
interpretativos, pero que los hacen implícitos o los especifican mal, lo que
dificulta el control de su validez científica. En cambio, los historiadores
econométricos especifican sus modelos con rigor, con deducciones cuantitativas
de modo que se puedan someter a pruebas verificadoras.
Usa
modernos instrumentos científicos: matemáticas, econometría, estadística,
informática, ofreciendo modelos interpretativos de la historia basados en
parámetros econométricos como PIB, renta per cápita...
Los temas
son primero la Historia económica, y luego se han extendido a la Historia
demográfica y social, sobre todo el desarrollo y el subdesarrollo.
Críticas al cuantitativismo.
Se critica
a esta corriente que:
- Es una
historia de economistas que hacen historia, sin contar, por lo general, con una
formación histórica propia.
- No
dominan la teoría económica sino que la aceptan sin crítica. Temin considera
que es sólo la “economía neoclásica” aplicada.
- Sucumben
al determinismo económico para estudiar temas complejos, ignorando los
múltiples factores no económicos que también intervienen. Por ejemplo la
esclavitud también se explica por factores ideológicos, políticos, sociales,
culturales... aunque sea el económico el más importante.
- Dan
explicaciones sectoriales, pero no una explicación de conjunto.
- El
cuantitativismo es válido sólo para explicar algunos temas particulares, pero
incluso entonces los estudios cuantitativos se limitan por lo general a
demostrar la inviabilidad de propuestas o hipótesis de la historia tradicional,
pero sin poder propone una hipótesis propia y válida.
Pero
aunque el cuantitativismo falle en dar respuestas globales a los problemas
históricos, no debe ser menospreciado por el historiador, dado que su uso
metodológico es una herramienta auxiliar en el conocimiento de la vida social.
Así, lo utiliza la “historia serial” hecha por historiadores con formación
económica, provenientes de la escuela de los “Annales”: Labrousse, Meuvret,
Imbert y Baehrel, los cuales procuran usar las técnicas econométricas como una
base de información para estudios más globales sobre las estructuras.
2.4. EL
MATERIALISMO HISTÓRICO.
El
materialismo histórico “oficial”.
En la
primera mitad del siglo XX domina claramente el materialismo histórico
“oficial”, aparecido en la URSS y difundido en Occidente con la acción del
Komintern.
En la URSS
es determinante la influencia de las interpretaciones del materialismo
histórico por Lenin y Stalin, que promueven que la política domine claramente a
la historia. Su predecesor es Yuri Plejánov (1858-1918). Lenin (1870-1924)
publicó El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), un excelente
estudio de historia económica y social. Sobre todo desde la toma del poder por
Stalin surge un academicismo estéril. Así, Stalin fijó un esquema de evolución
histórica en cinco etapas desde el comunismo primitivo al socialismo,
eliminando de la lista el modo de producción asiático.
En Francia
hay una corriente no oficial, de inspiración socialista, en la que destaca Jean
Jaurès (1858-1914), un heterodoxo que aplica los principios marxistas en su Historia
socialista de la Revolución francesa (1901-1904), aunque teniendo en cuenta
los factores culturales. Su visión será muy influyente entre los historiadores
socialistas.
La
renovación del marxismo.
Un
conjunto de circunstancias condujeron a una gradual fosilización del
materialismo histórico y lo redujeron a una colección de fórmulas aplicadas
mecánicamente. Pero varios autores (Gramsci, Lukács, Korsch), adscritos a un
humanismo marxista, procuraron una renovación para revertir este proceso.
El primero
fue Antonio Gramsci, quien rechazó el economicismo histórico y se planteó
estudiar “cómo se forman las voluntades colectivas permanentes y cómo se
proponen fines concretos inmediatos e mediatos”. La reflexión gramsciana se
difundió después de 1945 con la publicación de Cuadernos de la cárcel e
influyó en la historiografía marxista de Italia.
Después de
1945, en Francia, en Europa y en EEUU se reinterpretan los postulados
marxistas. Es una historiografía neomarxista influida por las aportaciones del
grupo los Annales, de Gramsci, de la escuela de Frankfurt y por la publicación
de escritos inéditos de Marx (Fundamentos de la crítica de la economía
política, 1857-1858) muy alejados de la interpretación oficial estalinista,
el interés por la evolución histórica de las sociedades del Tercer Mundo (y en
concreto el modo de producción asiático de las “sociedades hidráulicas”).
De este
modo se rompió con el dogmatismo que frenaba las posibilidades de nuevos
enriquecimientos teóricos.
Hay varias
tendencias críticas, que surgen en los años 60 como movimientos “críticos” o
“radicales”, y que reelaboran la teoría marxista. Destacan el estructuralismo
marxista, con Althusser y Harnecker; la Escuela de Frankfurt, con Marcuse; las
investigaciones de Maurice Dobb y Paul M. Sweezy sobre los mecanismos de la
transición del feudalismo al capitalismo; la Historia Social y Económica en
Francia (Lefebvre, Soboul, Goubert) y Gran Bretaña (Hill, Thompson, Anderson) y
en otros países (Kula, Topolski); la “Nueva Historia Narrativa” (Ginzburg y
Duby), que utiliza entre otras la metodología marxista. Otros autores
destacados son Labrousse, Vilar, Poulantzas, Gordon Childe (un gran arqueológo
y prehistoriador), Hobsbawm, E. P. Thompson, Kula, Lublinskaya. Entre los
temas más importantes que han abordado están la naturaleza del feudalismo, la
interpretación del ascenso de las monarquías absolutas, la crisis del siglo
XVII.
2.5. LA
HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
Al
principio del siglo XX influye mucho el neokantismo y el historicismo alemán.
Destaca el debate entre Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Tras la
guerra civil el nacionalismo lleva a estudiar la época imperial y el reinado de
los Reyes Católicos. Alejo García Moreno es neokantiano. José Ortega y Gasset
es muy influyente en España y en el extranjero con sus tesis sobre la historia
como ciencia con una lógica propia y sus leyes; sólo existiría el presente y
critica el papel histórico creciente de las masas. Jaume Vicens Vives está
próximo al grupo de los Annales. José Antonio Maravall estudia el Barroco: hay
una continua transformación de la realidad histórica de los pueblos, a la vez
que existen unas constantes históricas. Ángel Viñas estudia la Historia
económica, José María Jover Zamora la Restauración y Javier Tusell el
franquismo y la Transición. Entre los marxistas destacan Josep Fontana
(historiador contemporáneo y metodólogo) y Manuel Tuñón de Lara, tal vez el
historiador más riguroso de la Edad Contemporánea, quien advierte del exceso de
erudición tanto como de la sola utilización de esquemas teóricos sin apoyo en
fuentes.
3.
EVOLUCIÓN RECIENTE DE LA CIENCIA HISTÓRICA.
La crisis
epistemológica de la Historia.
La
Historia como un saber con pretensiones científicas sobre la sociedad entendida
como totalidad unitaria dotada de sentido, era una concepción que venía de la
Ilustración, se reafirmó con el historicismo y sobre todo en la segunda mitad
del siglo XX. Se buscaba un sentido a la Historia, un principio rector de
carácter universal, que podía ser muy diverso según la ideología del historiador:
libertad, lucha de clases, razón, liberación de los pueblos, salvación
religiosa, etc. Los principios eran distintos pero tenían en común una
concepción unitaria de la humanidad, una ley meta-histórica de evolución,
eurocentrismo y un ideal de fin de la historia como consecución de un reino de
libertad, de razón o de liberación de la explotación. El historiador era un
profeta poseído de una misión. Sobre estas bases comunes las ideologías de
interpretación histórica se afirmaron: evolucionismo, liberalismo,
nacionalismo, funcionalismo, marxismo.
Pero todo
ese andamio intelectual se ha derrumbado. Entre los años 50 y 70 del siglo XX
se desencadenó una ofensiva contra la historia. Es una crisis epistemológica
debida al empuje de nuevos métodos y teorías que parecen excluir la historia de
las ciencias sociales. La sociología y el estructuralismo la arrinconan,
mientras que la antropología se presenta como el estudio de los pueblos sin
historia.
Es una
crisis de sentido en la Historia, ante la pérdida de su unidad, ante su
fragmentación. Se discute acerca de la posibilidad misma de conocimiento
objetivo sobre la sociedad y los procesos de cambios, se rechazan los grandes
paradigmas objetivistas. Hoy no se sabe para qué sirve la profesión de
historiador, ante la dispersión de concepciones, la multiplicación de temas, la
pluralidad de métodos y caminos, la falta de un claro propósito.
Impera el
eclecticismo metodológico, en el que se conjugan los aportes de las distintas
corrientes, en especial del idealismo liberal, del grupo de los Annales, del
materialismo histórico y de la historia cuantitativa, las más difundidas en el
siglo XX.
Así, se
disuelven las grandes escuelas. Por ejemplo, el grupo de los Annales constituye
su propia crisis en objeto de investigación; los marxistas y demás partidarios
del materialismo histórico, en crisis tras la caída del bloque comunista, se
defienden diciendo que la crisis del comunismo no tiene nada que ver con ellos
y se hacen pasar por weberianos o por partidarios de la teoría de la acción
racional, o se pasan en masa a la corriente de la “historia total” preconizada
en los “Annales”; la historiografía nacional-liberal británica ha visto cómo se
hunde su visión de la historia como construcción del estado nacional, mientras
que el idealismo liberal, que aparecía como la gran corriente triunfadora en
1989, se limitaba a lanzar la idea del “fin de la
historia” (Fukuyama), mientras que la historia cuantitativa se especializaba en
pequeñas monografías que no aportan una interpretación general de la historia,
sino que se limita a aportar materiales cuantificados a las otras corrientes.
En EE.UU. la American Historical Association se quejaba en los años 90 de la
burocratización del trabajo, la superespecialización, la fragmentación y dispersión,
el alejamiento del lector culto, la incertidumbre sobre la importancia de la
historia para la educación del ciudadano o la acción de gobierno, el
relativismo y la incapacidad para producir verdades objetivas respecto al
pasado.
Y esto
sucede cuando hay un enorme aumento de la producción historiográfica (cátedras,
museos, revistas, libros, artículos, congresos, etc.) y de la cantidad de
historiadores profesionales. Las viejas ramas de la historia (económica,
social, política, cultural) han florecido en decenas de nuevas ramas. Por
arriba aparece la macro-historia o historia comparada de los grandes procesos
sociales, y por abajo aparece la microhistoria, el estudio de una vida o de un
caso, un rito o una creencia. Ningún tema sin explorar, ningún camino sin
recorrer. Es un creciente y prolífico caos.
Es una
época de crisis, según Jacques Le Goff: “en la actualidad el trabajo histórico
y la reflexión sobre la historia se desarrollan en un clima de crítica y
desencanto en cuanto a la ideología del progreso, y más recientemente en
Occidente, de repudio al marxismo, en todo caso al marxismo vulgar. Toda la
producción sin valor científico, que pudo ilusionar bajo la presión de la moda
y de cierto terrorismo político-intelectual, perdió todo crédito. A la inversa,
y en las mismas condiciones, hay que señalar que florece una pseudohistoria
antimarxista que parece haber asumido como bandera el tema agotado de lo
irracional.”
En cambio,
para Santos Juliá no hay tal crisis, sino un miedo al pluralismo, a la libertad
que ahora se ofrece al historiador. Algunos dicen que ahora todo está
permitido, todo vale. Para él es incierto, pues paradigmas opuestos pueden ser
válidos para estudiar distintos objetos, superando el falso dilema entre
subjetivismo y objetivismo.
La Nueva
Historia.
En los
años 80 y 90 la Historia parece resurgir, superar su crisis, aprovechándose de
ella, sobre todo porque asume las aportaciones metodológicas y técnicas de las
otras ciencias sociales, evolucionando a posiciones más abiertas.
En suma,
las escuelas tradicionales están siendo diluidas en una Nueva Historia, como
término opuesto a la Vieja Historia, la tradicional. Hoy está de moda (sobre
todo en Francia) este concepto para definir al actual conjunto ecléctico de
historiadores abiertos a todas las corrientes.
Características
de la “Nueva Historia” son:
- Buscar
una historia total, que no atienda sólo a la política (como la Historia
tradicional), sino a todas las actividades humanas: la economía, la cultura...
- Ampliar
los temas de la historia. Los temas se han multiplicado. Hay campos enormes por
investigar en la historia del pensamiento político, la ciencia, la religión (un
factor esencial del cambio), el derecho, la historia de las mujeres, la
criminalidad, la burguesía del siglo XX, la historia cultural (popular y
elitista), la guerra y el poder político, los individuos excepcionales, el
cambio histórico, la historia económica y social, la demografía histórica, historia
y geografía de las prácticas religiosas, sociología electoral, historia de las
mujeres, historia “colonial” o de civilizaciones “sin historia” (gran parte de
África ha sido “prehistórica” hasta el siglo XIX), la historia de la vida
cotidiana, las costumbres, los sentimientos, las mentalidades, la familia, el
vestido, las enfermedades, la marginación, las historias locales, etc.
- Ser
interdisciplinaria, abierta a las metodologías, técnicas y conocimientos de
todas las ciencias y disciplinas sociales o naturales: antropología,
psicología, política, sociología, economía, econometría, demografía, historia
del arte, lingüística, literatura, filosofía, física, matemáticas... En
especial ha de trabajar con los modelos explicativos de las ciencias sociales y
con las técnicas estadísticas e informáticas, a fin de comprobar mejor las
hipótesis de leyes generales sobre la evolución histórica.
- Buscar
un análisis estructural, en contraste a la historia narrada de la Historia
tradicional.
- Buscar
respuestas complejas a los problemas, en vez de respuestas simples (como hacía
la Historia tradicional). No ha de abdicar de su responsabilidad de interpretar
la historia, pese a los ataques epistemológicos que le niegan su condición de
ciencia, puesto que el que las ciencias sociales no estén aún tan desarrolladas
metodológicamente como las ciencias naturales (en especial la Física y la
Biología) no las priva de ser ciencias.
-
Considerar que la historia es subjetiva, hecha por individuos con ideas
previas, en vez de objetiva, basada sólo en hechos (como hacía la Historia
tradicional).
-
Recuperar la función crítica de la Historia (García Cárcel), comprendiendo que
la historia es a la vez narración y verdad (R. Chartier), un discurso
construido como la ficción, pero que a la vez produce enunciados científicos.
Pierre Vidal Naquet dice: “El historiador escribe, y esa escritura no es neutra
ni transparente. Se modela con formas literarias”. La misión del historiador no
debe ser la del profeta sino la del intérprete, con permanente función crítica
(y autocrítica). Sólo el tiempo y la crítica podrán establecer lo válido o no
de la investigación histórica. En definitiva, esta nueva indefinición, este
caos, este pluralismo es la situación normal y deseable de la historia. La verdadera
crisis sería que se restableciesen los paradigmas absolutos y excluyentes, que
los oráculos como Hobsbawm siguieran profetizando sin miedo. Hoy vemos que
poseemos un incierto saber sobre el pasado y apenas sabemos nada del futuro.
-
Interesarse por el protagonismo del pueblo, de los protagonistas anónimos u
olvidados, es decir, una historia desde abajo, en vez de estudiar a los famosos
protagonistas en una historia desde arriba (como hacía la Historia
tradicional).
- Utilizar
toda clase de fuentes, desde estadísticas hasta imágenes o relatos orales, en
vez de centrarse sólo en los documentos (como hacía la Historia tradicional).
- Explicar
la historia de un modo accesible al público. Hay que huir de las nimiedades y
de las explicaciones monocausales, hay que buscar la claridad del lenguaje y de
la expresión, huyendo de una jerga pseudocientífica, post-estructuralista y
falsa.
- Utilizar
la microhistoria de una persona o lugar para resucitar un momento del pasado y
analizarlo, interpretarlo y explicarlo. Es el modo de reconstruir el Estado,
sociedad, economía, costumbres, leyes, moral y costumbres, tal y como afectaban
a un grupo o individuo. Los individuos ante todo.
En suma,
según Lawrence Stone, la doble misión del historiador actual es: dar explicaciones
multicausales más convincentes del cambio histórico, y recuperar el aspecto, la
sensación, de cómo vivían nuestros antepasados.
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