TEMA 32. LA CULTURA RENACENTISTA. LOS ENFRENTAMIENTOS POLÍTICO RELIGIOSOS DEL SIGLO XVI.
En este tema vamos a estudiar la Europa del siglo XVI tanto desde el punto de vista cultural como desde el político. En la primera parte del tema, analizaremos la Cultura Renacentista en cinco puntos básicos: el debate historiográfico sobre el Renacimiento, el contexto histórico en el que surge, la contribución del Renacimiento en el ámbito del pensamiento, y, por último, la aparición de un nuevo concepto de ciencia. En la segunda parte, analizaremos los conflictos político-religiosos que tuvieron lugar a lo largo del siglo XVI. Para una mejor comprensión de la misma, la dividiremos en dos puntos. En el primero, correspondiente a la primera mitad del siglo XVI, estudiaremos las características de la Iglesia en esa misma fecha, el significado de la figura de Lucero, la extensión de su reforma por Europa, y, por último, el enfrentamiento de Carlos V con los luteranos. En el segundo punto, referido a la segunda mitad del siglo XVI, nos centraremos en el enfrentamiento entre el catolicismo y el calvinismo, analizando las guerras de religión en Francia y la revuelta de los Países Bajos y su importancia en el contexto de las relaciones internacionales, especialmente en Inglaterra.
El primer aspecto que tenemos que abordar a la hora de explicar la CULTURA RENACENTISTA es el del significado del término Renacimiento. Con el mismo, se trata de designar el movimiento que en el siglo XV y comienzos del XVI intentó resucitar en la cultura europea los valores formales y espirituales de la Antigüedad. La primera vez que se utilizó fue por Balzac en 1829, pero sería el gran historiador francés Jules Michelet, el primero en sistematizarlo de forma científica, afirmando que el Renacimiento es un período de la Historia general de Europa, antitético de la Edad Media, ubicado en Italia y que intenta recuperar la cultura de la Antigüedad clásica. Jacob Burckhardt, sistematizaría posteriormente este planteamiento en su obra “La cultura del Renacimiento en Italia”.
Este planteamiento había de cambiar con el nuevo siglo como consecuencia del desarrollo de la historiografía en terrenos como la historia económica, etc. El resultado fue la aparición de nuevas visiones sobre este periodo histórico, que abarcaban desde aquellos que consideraban este periodo histórico y cultural como un factor negativo en la evolución de Europa, pues había supuesto una influencia negativa para la cultura nórdica y el cristianismo (Nordström, Worringer o Neumann), a otros que afirmaban la continuidad sin interrupciones entre la Edad Media y el Renacimiento (H. Haydan, A. Chastel y J. A Maravall). Así surgió un rico debate sobre este periodo histórico que culminó con la obra del historiador alemán Edwin Panofsky “Renacimiento y renacimientos en el arte occidental” (1957) que constituye, sin duda, la síntesis más acabada sobre el significado de este periodo histórico en el terreno de la historia del Arte. La idea que subyace en la misma es que el Renacimiento supuso una vuelta a la cultura de la Antigüedad articulada sobre la idea de que la cultura clásica había muerto y que solo era posible resucitar su espíritu. Es en este aspecto donde se distingue de las otras renovaciones que se habían producido en la Edad Media y de la propia tradición de esta. A partir de esta visión, se puede afirmar que, el Renacimiento fue algo distinto y único en la historia de la cultura europea.
ara que se pudiese producir esta renovación cultural fue necesario que en Europa se produjese una recuperación económica que superase la crisis del siglo XIV. Esta recuperación, general en toda Europa, fue especialmente importante en Italia, donde apareció una burguesía en estado puro, cuyo poder fue favorecido por la propia disgregación que sufría la citada nación. Así se explica que sea con la mente puesta en ciudades como Siena, Florencia, Venecia o Milán, como traza Von Martín, los cuatro rasgos fundamentales de aquella época fueron: El surgimiento de nuevas clases sociales (burguesía y clases medias) que desafiaron el poder de la nobleza; la aparición de una nueva mentalidad basada en el individualismo; el surgimiento del saber técnico, y, por ultimo, la aparición del humanismo. Tal vez, este factor sea el mas importante para comprender el Renacimiento. Su origen hay que buscarlo en que los pensadores del siglo XV se convencieron muy rápidamente de que vivían en una nueva época. Por ello, perfilaron una renovación en la que ya no había sitio para las grandes construcciones teóricas de la Ontología, Cosmología, etc. Por el contrario, consideraron que, frente al teocentrismo medieval, el Renacimiento hace un planteamiento nuevo: sin olvidar a Dios, va a fijarse en el hombre como centro de sus preocupaciones e intereses (antropocentrismo). El resultado será la aparición del Humanismo, cuya característica mas dominante - según Tenenti y Romano- es ser una cultura abierta, libre y dinámica, que rompe con el dogmatismo medieval, adquiriendo a la vez una mentalidad crítica que va a ser clave en la aparición de la Reforma.
Esta línea de pensamiento, incubada en las Academias –centros no controlados por la Iglesia- tuvo dos polos claves en Italia. El primero fue Florencia, donde gracias al patrocinio de una familia de banqueros, los Médicis, autores como Marsilio Ficino (1433-1499) y Pico de la Mirandola (14631494) intentaron armonizar las tesis platónicas con las cristianas; mientras que en Padua, Pietro Pomponazzi (¿?-1525), partiendo de la filosofía de Aristóteles, concluyó que la moral cristiana no es válida por cuanto no contempla la bondad o maldad intrínseca de los actos, sino normas impuestas desde fuera; apostando por tanto una moral autónoma basada en los actos del hombre.
Pero el humanismo no fue un fenómeno exclusivamente italiano. De Italia se extendió por el resto del Continente, aunque con una diferencia que iba a ser fundamental. Si los italianos habían buscado en la Antigüedad clásica, con la que estaban emparentados geográfica y sentimentalmente, la base para desarrollar su pensamiento; en el resto de Europa, los humanistas buscaron esas mismas bases en las Sagradas Escrituras. Del estudio de estos textos surgirán los primeros reformadores cristianos. De entre ellos sobresale la figura de Erasmo de Rotterdam (aprox. 1469-1536), autor de "Elogio de la locura", donde tras criticar la situación de la Iglesia y el cristianismo en Occidente, apuesta por una vuelta a los valores que subyacen en el Nuevo Testamento. Es decir, la vuelta a las Sagradas Escrituras que defenderá Lucero de manera más radical. El autor holandés no llega, sin embargo, a plantear una ruptura con la jerarquía eclesiástica, sino que se encontraba inserto en aquella corriente mística que desde el siglo XIV habiéndose desarrollado en algunos países centroeuropeos y que en Alemania se denomino "Devotio Moderna".
Aunque la figura de Erasmo descuella por encima de los demás humanistas europeos, en otras naciones hay autores que merecen citarse. En los reinos hispánicos destacarán autores como Antonio de Nebrija, Antonio de Herrera, Alfonso y Juan de Valdés, Miguel Servet, o Luis Vives. Y en Inglaterra, la figura de Tomás Moro (1478-1535).
Por último, cabe reseñar con respecto al Humanismo dos hechos fundamentales. El primero es que su difusión es inseparable del desarrollo de la imprenta. Y, el segundo que la Reforma fue en cierto modo la culminación y la ruina del humanismo, pues la ruptura de la unidad religiosa provocó que la antigüedad clásica dejo de tener importancia como fuente de inspiración.
Si el humanismo es la principal aportación de la cultura renacentista, no podemos dejar de lado la importancia que cobra la Ciencia. De hecho, algunos autores han afirmado que la revolución que tuvo lugar en este ámbito, desde principios del siglo XVI a finales del XVII, como un episodio mucho más importante que el Renacimiento mismo, quizás sea mejor entenderla como un aspecto de la configuración cultural renacentista. La gran transformación y expansión del conocimiento científico que tuvo lugar entre las fechas señaladas fue, ante todo, una revolución en la manera de entender la realidad, es decir, un cambio de actitudes mentales. Como tal no solo no puede separarse del humanismo renacentista porque sino no se comprendería la ruptura con los dogmas clásicos que supone la figura del polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) cuya obra “La Revolución de los Cuerpos Celestes” rechaza los planteamientos del astrónomo alejandrino del siglo II, Ptolomeo –hasta entonces indiscutibles-, para quien las estrellas estaban fijas en el firmamento, y los planetas seguían complicados cursos circulares. La obra de Copérnico no solo sufrió ataques difusos de la Iglesia, sino también de científicos como Tycho Brahe, hasta que un discípulo de este, Johannes Kepler (1571-1630), demostró la veracidad, fuera de toda duda, del planteamiento copernicano.
Si Copérnico había sido el iniciador de esta revolución, Galileo Galilei (1564-1642), sería su culminación. Galileo, que demostró la rotación de la tierra alrededor del Sol, lo que le hizo entrar en un grave conflicto con el Papado, representaba el espíritu científico y racionalista, que se atiene solo a pruebas empíricas y a las normas de la lógica frente a los principios de la afirmación dogmática. A un nivel más concreto, la condena de sus teorías es un indicio del recrudecimiento de las actitudes que había supuesto la Contrarreforma –de la que más tarde hablaremos- frente al liberalismo del periodo anterior. De todos modos, la ciencia moderna, la investigación experimental, junto con los métodos cualitativos-inductivos y cuantitativo-deductivos discutidos en las primeras décadas del siglo XVII, encontraron poco a poco su lugar y aplicación adecuados en todas las ciencias.
LOS ENFRENTAMIENTOS POLÍTICO-RELIGIOSOS DEL SIGLO XVI. El proceso político-religioso conocido como Reforma y que tuvo lugar durante el siglo XVI iba a provocar la división religiosa de Europa de manera permanente, siendo, a la vez, una fuente de conflictos que no concluiría hasta la Paz de Westfalia en 1648 porque Europa se dividió en dos bandos. Por un lado, los reformistas, luteranos y calvinistas fundamentalmente, deseoso de convertir a sus doctrinas al resto de los europeos, y por otro, los católicos, encabezados, durante la primera mitad del siglo, por Carlos V (1517-1556) -último representante del pensamiento medieval, y como tal partidario de una unidad religiosa y política de Occidente, bajo el doble mando del emperador y del Papa-; y, en los cincuenta años posteriores, su hijo Felipe II (1556-1598) -devoto católico, abanderado de la unidad religiosa de la Europa Occidental, y a la vez, de la hegemonía de España, y paladín de la contrarreforma católica-. Pero, ambos fracasaron. Ni consiguieron la unidad política ni religiosa de la Europa Occidental.
Pero ¿qué provocó la reforma? El historiador alemán H. Lutz ha establecido un conjunto de causas que coadyuvaron a que tuviera lugar. Son: La existencia de situaciones sociales dadas, que deformaban el servicio pastoral (Entre ellas, podemos destacar, la preponderancia de la nobleza en los altos cargos eclesiásticos, con mantenimiento de formas de vida profana); La deformación y cosificación de la praxis eclesiástica (Ejemplo de ello era la superstición, charlatanería, curanderismo, etc.); La fiscalización y comercialización de la administración eclesial, especialmente en su central romana (Este hecho estaba presente, por ejemplo, en el negocio de las bulas para financiar obras arquitectónicas -la nueva basílica de San Pedro de Roma, entre otras-); La inseguridad teológica y las degeneraciones en materia de doctrina (En este sentido, la Edad Media no había resuelto importantes problemas teológico como el que se refería a la primacía del Papa o el Concilio), y La posición del Papado, que había superado la crisis conciliar del siglo XV sin llegar a emprender la reforma exigida en los concilios (Por el contrario, el Papado se había convertido en auténtico estado secular, participando activamente en el juego de alianzas europeo).
Todos estos factores crearon en Europa la sensación de que era necesario llevar a cabo un proceso reformista en el seno de la Iglesia. En este sentido, surgieron movimientos como la Congregación de Windensheim, la Devotio moderna, que fracasaron porque no recibieron el aliento de Roma ni de los poderes seculares. Solo en el seno de la monarquía hispánica, la activa política de los Reyes Católicos y del Cardenal Cisneros, permitió una mejora esencial de la situación general de la Iglesia, tanto en el aspecto organizativo como en el espiritual. Por el contrario, otros territorios como Francia o el Imperio Romano Germánico, la situación continuó deteriorándose. Especialmente grave era la situación en este último, donde la ausencia de un poder político fuerte permitía la intervención abusiva de Roma, dando lugar a quejas constantes.
Esta situación creó un caldo de cultivo excelente en este territorio para que se convirtiese en cuna de la Reforma. Sin embargo, para que fraguase definitivamente fue necesario, como señalan Lutz y Atkinson, que surgiesen figuras de gran relieve que lo abanderasen. Entre ellas destaca la del monje agustino Martín Lutero (1483-1546), quien, tras un largo periodo de reflexión y crisis interior, iba a adoptar una postura que suponía una ruptura radical con la tradición cristiana hasta entonces dominantes. La síntesis de la misma era la siguiente: El hombre no era nada y Dios lo era todo, en consecuencia, solo la fe en Este y la gracia divina podían salvar al hombre. El resultado de este planteamiento es que no solo los sacramentos perdían su valor como trasmisores de la gracia divina (Lutero redujo los sacramentos a tres: Bautismo, Eucaristía y Penitencia. Posteriormente también rechazó este último), sino que también las buenas obras dejaban de ser un vehículo para alcanzar el Paraíso, y desaparecía el papel del clero como intermediarios entre los fieles y Dios, siendo sustituidos por un diálogo directo entre los creyentes y Dios, pudiendo los creyentes leer e interpretar la Biblia y organizarse en comunidades de libre adhesión. Con esta postura, Lutero cambiaba la doctrina y organización de la Iglesia. Pero, inicialmente era la toma de posición de una sola persona. Para que se convierte en la doctrina religiosa de millones de personas fue necesario que se produjesen una serie de hechos, fundamentalmente políticos que coadyuvaron a su extensión. El primero fue la venta de bulas que las órdenes religiosas, fundamentalmente los dominicos, realizaron en el Imperio en 1517, con objeto de obtener recursos para la construcción de la basílica de San Pedro, provocaron la oposición de Lutero a través de “95 Tesis”, que fueron saludadas de manera entusiasta por todos aquellos que se mostraban contrarios a los abusos de Roma. La jerarquía eclesiástica no reaccionó con prontitud, aunque abriese un proceso en 1518. La causa hay que buscarla en que en esos momentos se dirimía la elección de un nuevo emperador, y el señor territorial de Lutero, el duque de Sajonia Federico el Sabio era uno de los miembros del colegio electoral. En consecuencia, esta elección se convirtió en el segundo hecho que ayudó a la extensión de la doctrina de Lutero. Solo cuando se resolvió a favor de Carlos V, la Iglesia decidió tomar cartas en el asunto. En 1520 León X declaró heréticas 41 proposiciones contenidas en los escritos de Lutero y lo excomulgó. Al año siguiente en la Dieta de Worms, se negó a retractarse y la dieta publicó un edicto que lo expulsaba del Imperio. Pero las enseñanzas de Lutero habían cobrado fuerza, y la orden imperial no se cumplió. Por el contrario, el número de sus adeptos creció, dando la impresión de que en el Imperio había de surgir una nueva forma de cristianismo organizado según sus enseñanzas. Pero no fue así. Otros dos hechos también políticos iban a marcar el futuro del luteranismo en el Imperio: la Guerra de los Caballeros (15231524) y, especialmente, la Guerra de los Campesinos (1524-5), obligaron a Lutero a aceptar al príncipe secular como “Obispo de emergencia”, encargado de la gestión de la religión en su territorio, desapareciendo así la libertad y espontaneidad que Lutero había querido para las nuevas comunidades cristianas. Nacían así las “Iglesias Territoriales” alemanas, donde el príncipe acumulaba el poder político y religioso.
Del Imperio, la reforma luterana saltó al norte de Europa. En poco más de 35 años, los territorios de Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia que hasta 1523 –año en que se produjo la separación de Suecia- constituían un solo reino con el nombre de Unión de Calmar, bajo el control de Dinamarca, se convirtieron a la nueva doctrina. Igual suerte corrieron, Prusia Oriental y el Bático, gracias al papel jugado por la Orden Teutónica –una agrupación de monjes-guerreros-, cuyos integrantes se secularizaron y convirtieron sus territorios en principados laicos. En general, como indica Lutz, estos procesos tuvieron patrones comunes: por un lado, un especial interés en los bienes de la Iglesia, pues se trataba de territorios poco desarrollados, donde la Iglesia era fuente de acumulación de riqueza, y por otro, el hecho de que se tratase de territorios muy alejados, donde no había conciencia de diferencia religiosas entre el cristianismo tradicional y la reforma inspirada por Lutero, lo que permitió la existencia de formas religiosas mixtas.
Si en Escandinavia y el Báltico, la reforma fue consecuencia de la influencia de la reforma, en los cantones suizos, este proceso tendría un carácter autóctono, destacando la figura de Ulrico Zwinglio (1484-1531), un humanista que defendía una religión depurada de toda la tradición histórica, del culto de los santos, de las imágenes, de los sacramentos, del ritual y de las formas externas que, como adherencias, ocultaban la esencia del Cristianismo, y desde el punto de vista doctrinal, hacía énfasis no en la justificación por la fe-efusión mística de Lutero-sino en la "invencible voluntad de Dios" que reservaba su gracia a quienes había predestinado para la salvación eterna, que más tarde sería recogido por Calvino.
El pensamiento de Zwinglio se impuso en primer lugar en Zurich, entre los años 1522-3, marcando una característica de la reforma suiza, que tendría por núcleo la ciudad-estado, y no los principados territoriales como en el caso alemán. El resultado de esto fue que frente a la Iglesia territorial controlada desde el poder secular surgió, conforme a las tradiciones de autogobierno urbano, una Iglesia de constitución sinodial.
Desde Zúrich, la nueva doctrina se extendió rápidamente por los cantones suizos, provocando una guerra, la primera, entre católicos y reformados, en la que pereció el propio reformador en 1531.
El último territorio europeo donde habría de producirse un movimiento reformista sería Inglaterra, que gracias a la figura de Enrique VIII se convertiría en el primer estado europeo moderno que se separaba de Roma. La causa de este hecho hay que buscarla en un asunto de la vida privada del rey –su matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y tía de Carlos V, que no le había proporcionado hijos varones- había de provocar un cambio en la actitud de este monarca; cuyo resultado sería la ruptura con Roma y creación de una nueva iglesia.
Este proceso comenzó en 1527, cuando Enrique VII, animado por sus consejeros e influenciado por su amante, Ana Bolena que deseaba convertirse en reina, solicitó la anulación de su matrimonio al Papa Clemente VII, amparándose en que su esposa había estado prometida inicialmente a su hermano mayor, Arturo, que había fallecido antes de ser rey. El Papa, contrario a esta anulación, trató de ganar tiempo dilatando el proceso. Entonces, un consejero del monarca, Thomas Crammer, propuso al rey que la cuestión pasase a estudio y dictamen de las universidades inglesas y algunas foráneas. Este proceso culminaría cuando la institución más importante de Inglaterra, el Parlamento, aprobó en 1534, el <<Acta de Sucesión>> (derecho de sucesión para los príncipes herederos nacidos del segundo matrimonio con Ana Bolena) y el <<Acta de Supremacía>>, que determinaba que el rey “justo y recto es y debe ser el jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra”. Desde entonces no hubo ya Papa, se hablaba solo del obispo de Roma. El reconocimiento de la ruptura con Roma mediante juramento fue exigido e impuesto con uso de la violencia. Entre las víctimas se encontró el mayor humanista de Inglaterra: Tomás Moro. La separación de la Iglesia de Inglaterra tomó formas específicas (anglicanismo), y aunque inicialmente no significó ninguna modificación visible de la organización eclesiástica ni en la liturgia, no se pudo impedir la penetración - moderada - de las influencias luteranas.
En esta Europa, con su unidad religiosa resquebrajada, hay que colocar la gran figura del emperador Carlos V (1500-1556), al que el azar había colocado como heredero del mayor conjunto territorial de Europa y el mundo, y que había de convertirse en el mayor enemigo del luteranismo. Inicialmente, el emperador se inclinó por condenar a Lutero, como quedó patente en el Edicto de Worms (1521), pero, a la vez, no estaba dispuesto a que su situación en el Imperio se deteriorase por culpa del Papado, máxime cuando necesitaba el apoyo de los príncipes alemanes en su enfrentamiento con Francia. De ahí, que dejase abiertas las puertas para la reconciliación con el monje agustino, mediante un futuro concilio. Esta posición de Carlos V, plasmada en la Dieta deSpira de 1526, aunque la varió tres años después, tras comprobar el avance del luteranismo, en la Dieta de Worms, donde volvió a condenar a Lutero y sus teorías. Los príncipes que habían abrazado estas, “protestaron” –de ahí viene el nombre protestantes-, y advirtieron al emperador que no podía intervenir en asuntos de naturaleza eclesiástica. Para reafirmar su posición, dos años después, crearon una alianza militar conocida como la Liga de Esmalcalda, a la que, siete años después, respondieron los católicos con una alianza similar, un periodo de espera que abarcaría 14 años, y durante el cual los católicos crearon una alianza similar, la Liga de Núremberg, en 1538. La guerra comenzaba a vislumbrarse entre ambas confesiones.
Pero, el emperador todavía esperaba que un concilio resolviera las diferencias existentes. Sin embargo, tras el fracaso del coloquio religioso de Ratisbona (1541), Carlos V comenzó a pensar seriamente en la guerra contra los estados evangélicos. Guerra que no solo le permitiría acabar con los luteranos, sino convertir el Imperio en un estado centralizado y hereditario bajo el control de su familia. El conflicto comenzó en el verano de 1546. Carlos contaba no solo con un poderoso ejército, sino también con el apoyo de Francia y el Papado, además de algunos príncipes protestantes enemistados con sus correligionarios. La gran batalla de Mülhberg (1547) supuso el fin del protestantismo alemán como fuerza político-militar organizada. Carlos estaba entonces en el cenit de su poder. Pero esta situación iba a durar poco tiempo. El temor que despertaba su poder entre los estados alemanes, tanto católicos como protestantes, unida a la actitud del nuevo monarca francés, Enrique II, a la del Papa Pablo III, poco proclive a llegar a acuerdos con los protestantes, y a las tensiones en su propia familia, hicieron que su sueño se derrumbase. En 1551, se inició una nueva guerra, en la que Francia y los protestantes se unieron contra el emperador, y si bien Carlos pudo sobreponerse a la derrota inicial, su poder en el imperio se derrumbó. La unidad política y religiosa de este territorio no sería nunca una realidad. Así que, cuatro años después, el hermano de Carlos, Fernando, futuro emperador, firmaba en Augsburgo una auténtica paz religiosa entre luteranos y católicos, que suponía el reconocimiento jurídico de los primeros por parte de los segundos. Con esta paz finalizaban las luchas político-religiosas en la primera mitad del siglo XVI. Carlos V había fracasado en su empeño.
En la segunda mitad del siglo XVI, los enfrentamientos tendrían unos protagonistas distintos y un campo de batalla diferente. El bando católico, reforzado por la contrarreforma, tendría por paladín al hijo de Carlos, Felipe II (1527-1598), rey de España, pero no emperador; mientras que los reformados, ya no estarían dirigidos por los discípulos de Lutero, sino por los de otro reformador, Calvino, creador de una nueva confesión, de carácter más internacional que el luteranismo. Ese internacionalismo es el que provocará que en este periodo el campo de batalla entre ambas doctrinas sea casi toda Europa.
Tradicionalmente, se ha dado el nombre de Contrarreforma al conjunto de medidas eclesiásticas y de iniciativas político-religiosas en gran parte promovidas por la Iglesia Romana, a fin de atajar la propagación del protestantismo. Este proceso comenzaría a tomar forma durante el pontificado de por Pablo III (1534-1549), cuando se reformaron las órdenes religiosas –tan vilipendiadas por Lutero-, y se crearon otras, la más importante de las cuales fue, sin discusión, la fundada por San Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús, en 1534, que había de convertirse en el Ejército del Papa. Pero el verdadero punto de inflexión fue sin duda el Concilio de Trento, iniciado en 1545 con el objetivo de lograr la unión con los protestantes, pero que no acabó sus trabajos hasta 1563. En esos momentos, dicha unión era ya imposible, por lo que los trabajos del sínodo tuvieron por objeto fortalecer la doctrina católica. Fortalecimiento que afectó a las personas –se prohibió la acumulación de cargos eclesiásticos, y se procuró mejorar la formación del clero- sino también dogmáticos. Así, se potenció el papel de los sacramentos, tan denostados por los reformadores. A partir de este momento, con los jesuitas como punta de lanza y con el apoyo fundamental de Felipe II, la Iglesia católica estaba en predisposición de enfrentarse a su enemigo, cuyo centro no estaba ya en el Imperio Germánico, sino en Ginebra, donde tenía su centro la doctrina de Calvino.
Jean Cauvin (1508-1564), francés de nacimiento, había de crear en la ciudad de Zurcí una nueva confesión religiosa que se convertiría en la más internacional dentro de las reformadas Su doctrina, conocida como calvinismo, arrancaba de los de Zwinglio al aceptar la predestinación, pero aceptaba la eucaristía como sacramento, aunque negase la presencia material, pero no la espiritual, de Cristo en la eucaristía. Como en el caso del reformador de Zurich, ambos aspectos doctrinales le alejaban del luteranismo. La doctrina establecida por Calvino, que abarcaba hasta el propio Gobierno de Ginebra, supuso un impulso para la reforma a un nivel desconocido hasta entonces, porque en Ginebra se formaron legiones de pastores, que la extenderían por toda Europa. Por último, no podemos dejar de citar la relación que se ha establecido entre el calvinismo y el capitalismo. Esta tesis fue establecida por el sociólogo Max Weber en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, y combatida por el historiador británico R. H. Tawney. Hoy en día, y tal como señala Lutz, el debate sobre la relación entre calvinismo y capitalismo sigue abierto, constituyendo uno de los temas más fascinantes de la temprana Edad Moderna.
Calvinistas y católicos se habían preparado a conciencia para la lucha que se avecinaba, y que tendría a los Países Bajos y Francia como principales campos de batalla. Precisamente, sería en este último país donde alcanzaría más virulencia. La crisis que afecto a Francia entre 1559, fecha de la muerte de Enrique II, y 1594, año en que fue coronado Enrique IV, no puede desligarse de la incapacidad de los sucesivos monarcas que ciñeron la corona - Francisco II, Carlos IX, Enrique III-. Esta incapacidad provocó que en la Corte francesa surgieran dos partidos que mediatizaron la labor del monarca y sumieron a Francia en una guerra civil. Por un lado, estaba el grupo católico, dirigido por la Casa de Guisa-Lorena, cuyo poder se concentraba en el Este del país, y por otro, se situaba la Casa de Borbón, una línea lateral de la Casa de Valois, reinante en Francia, cercana a los calvinistas –hugonotes en francés-, cuyos centros de poder estaban en el sur y en el oeste. Ni uno ni otro grupo estaban dispuestos a ceder en su intento de controlar la política francesa, lo que amenazaba con desencadenar una guerra civil. Así lo entendió la reina viuda Catalina de Médicis, y por eso convocó un consejo en Poyssy (1560), que no tuvo éxito. Se abría así el camino de para el conflicto. La primera fase de la lucha se desarrollo entre 1562 y 1570, acabando cuando Catalina promulgó el Edicto de Tolerancia de St. Germain en 1570. Pero, este edicto solo sirvió como tregua. Dos años después, la propia Catalina de Médicis ordenaría la matanza de la noche de San Bartolomé (23 al 24 de agosto). En París se asesinaron a 3.000 hugonotes, mientras que el resto de Francia el número de muertes alcanzó la cifra de 10.000. Tras esta sangría, parecía que el bando hugonote había quedado desarticulado, y el triunfo de los Guisa-Lorena, que habían formado la Liga Católica, y estaban cada vez más cerca de España, era definitivo. Pero no fue así. Los calvinistas seguían conservando su poder en grandes regiones de Francia, especialmente en el sur, y contarían con el apoyo de los rebeldes de los Países Bajos y con Inglaterra. A la vez que se iba formando un partido moderado, llamado de los Políticos, con Bodino como líder intelectual, que aspiraban a un estado soberano libre de todo vínculo religioso, y que cobró cada vez más fuerza a lo largo de la década de los 70 y 80, máxime cuando era evidente que ninguno de los degenerados hijos de Catalina de Médicis iba a tener descendencia, y el trono habría de pasar al hugonote Enrique de Navarra. Esta situación obligaba a los dos grandes poderes católicos, España y el Papado a replantearse su política respecto a Francia. Política que estaba directamente enlazada con lo que estaba sucediendo en los Países Bajos, y la postura que tomaría la Inglaterra de Isabel I.
Precisamente, serían los Países Bajos, como ya hemos señalado anteriormente el otro gran foco de lucha entre católicos y calvinistas. Las razones que motivaron la rebelión de este territorio contra su soberano, el rey Felipe II hay que buscarlas en la rígida contrarreformista y centralista del monarca que le llevó a imponer instituciones tales como la inquisición y la censura, con objeto de acabar con los reformados, sin contar con la opinión de los Estados Generales de estos territorios, vulnerando así su autonomía. Estos hechos motivaron el surgimiento de movimientos de protesta. Primero, encabezados por la alta nobleza, que liderada por los católicos condes de Horn y Egmont y el duque Guillermo de Orange, exigió en 1564 cambios en la administración. A este movimiento inicial, se unieron en 1566, la baja nobleza, ligada al calvinismo. Su programa político iba más allá que el de la alta nobleza, exigiendo la abolición de la inquisición, de los edictos de religión y la convocatoria de los Estados Generales. A la baja nobleza se le uniría un sector de la población que había abrazado el calvinismo, y que desde 1567, inició una campaña de saqueos y actividades iconoclasta. Ante esta situación de franca rebeldía, Felipe II ordenó a su más fiel general, el duque de Alba que acabara con ella. Alba aplicó una dura política que culminó con la ejecución de Horn y Egmont, y provocó que Guillermo de Orange se convirtiese al calvinismo, poniéndose al frente de la rebelión que se extendía ya por Holanda y Zelanda. Fue entonces cuando Guillermo de Orange propuso la Pacificación de Gante del 5 de noviembre de 1576, que pretendía mantener unido todo el territorio, por encima de las diferencias religiosas, a la vez que formalmente se seguía fiel al rey de España –como noble le era muy difícil rebelarse contra su señor, pues abría el camino a que sus súbditos hicieran lo mimo-. Sin embargo, las diferencias religiosas y sociales existentes entre el Sur y el Norte hacían inviable su proyecto. Esta situación fue aprovechada por el nuevo gobernador español, Alejandro Farnesio, duque de Parma, para unir las provincias valonas del Sur en la Unión de Arrás (6 de enero de 1576), a las que fueron incorporando otras de habla bajo alemán (flamencas). Creaba así una poderosa base para poder reconquista el territorio. No obstante, los calvinistas no permanecieron inactivos, y a su vez crearon la Unión de Utrecht (1580), y al año siguiente, rechazaron la obediencia formal a Felipe II. Surgió así una república cuya viabilidad dependería de sus aliados, Enrique de Navarra y la reina Isabel de Inglaterra.
Precisamente esta última iba a ser la que decidiría la contienda en ambos territorios. La llamada Reina Virgen (1558-1603), no fue considerada, inicialmente, una enemiga por Felipe II, llegando incluso a proponerla matrimonio. Sin embargo, el ataque de la reina inglesa contra Escocia, cuya reina católica, María Estuardo –madre de Jacobo II, sucesor de Isabel- fue encarcelada y posteriormente ejecutada (1587), unido al apoyo de Isabel a los hugonotes franceses y a los rebeldes de los Países Bajos, más los actos de piratería de los marinos ingleses en el Caribe abrieron el camino a una guerra entre ambos estados. El plan de Felipe II consistía en invadir Inglaterra, pues consideraba, con razón que, si este país era conquistado, desaparecía como base de apoyo para los calvinistas de Francia y los Países Bajos, favoreciendo la posición política de España en estos territorios. Para cumplir este objetivo, preparó una fuerza naval que fue conocida como la Armada Invencible, y que fracasó estrepitosamente en su intento (1589), obligando a Felipe II a variar su estrategia. El rey de España decidió entonces jugar la carta francesa, con el apoyo de la Liga Católica., postulando entonces la candidatura de su hija Isabel Clara Eugenia frente al calvinista Enrique IV, proclamo rey en 1589. A la vez, ordenó que Alejandro Farnesio, que volviese sus ejércitos contra Francia. Pero, a pesar del genio militar de este, el proyecto de Felipe II era utópico. La mayoría de los franceses, salvo la Liga Católica, no aceptaba a su hija en el trono, y en la propia Roma, cabeza espiritual de la Contrarreforma, se temía que una misma dinastía reinando en Paris y Madrid sería contraproducente incluso para la Iglesia Católica. Para el Papado, la única solución viable es que Enrique de Navarra se convirtiese al catolicismo. Cuando este hecho se produjo, en 1593, la situación de Felipe II se convirtió en insostenible. Por un lado, carecía de legitimidad para seguir apoyando la causa de su hija, y por otro, la alianza entre Francia, los Países Bajos e Inglaterra colocaba a España en una pésima situación estratégica. El rey comprendió entonces la situación y negoció con sus enemigos. En 1598 firmó la Paz de Vervins (1598) con Enrique IV de Francia. Poco después murió, correspondiendo a su hijo y sucesor, Felipe III, llegar a acuerdo similares con Inglaterra (1604) y los rebeldes de los Países Bajos (1609). Con estos acuerdos, quedaba patente el fracaso de la política contrarreformista y hegemónica de Felipe II en el occidente europeo.
A modo de conclusión, podemos afirmar que en este tema hemos estudiados dos aspectos claves de la historia de Europa. En la primera parte del mismo, hemos analizado la importancia de la cultura renacentista que, aunque supone una continuación en muchos aspectos con la medieval, también trae consigo un cambio cualitativo tanto en el aspecto artístico como en el científico e ideológico que pone las bases de la moderna cultura europea. En el segundo punto, hemos estudiado la ruptura religiosa que se produce en nuestro continente a partir de 1517. Una ruptura cuyo resultado más espectacular son, sin duda, los enfrentamientos entre las naciones católicas y protestantes, que se prolongarán hasta 1648, año en el que finaliza la Guerra de los 30 años.
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